La democracia liberal fue sinónimo de elecciones indirectas.
O sea, el ciudadano “votaba pero no elegía” a su presidente. Sufragaba por un
candidato, pero los legisladores en el Congreso sorteaban opciones de entre los
más votados y elegían al futuro gobernante en relación a acuerdos y prebendas
políticas. Y al pueblo sólo le quedaba aceptar el veredicto y al nuevo
gobierno.
abrahamsahua@gmail.com
En el imaginario colectivo está
presente la idea de que la administración del Estado es para aquel sujeto político
que se preocupa por el país y que pretende hacer algo por él. Esto, en realidad,
no es cierto, nunca lo fue. Lo que siempre motivó a pugnar por el dominio del
Estado, que no cambiará en el fututo, es el interés por administrar los
recursos económicos que genera, que es cuantioso. Y la pregunta inmediata: ¿a
favor de quién?
Sólo hay dos formas de administrar los
recursos económicos que genera el Estado. Por un lado, a favor de los intereses
del pueblo, con redistribución, creación de empresas estatales productivas que
generen más excedente, políticas públicas a favor de la mayoría, etc. Y por el
otro, a favor de los intereses particulares, de grupos, de castas, de clanes
familiares, que llenan cuentas bancarias a manos llenas para garantizar el
futuro de sus generaciones y no del pueblo.
En Bolivia, desde del virrey Francisco
de Toledo (siglo XVI), en la colonia, pasando por los gobiernos republicanos –caudillistas,
conservadores, liberales, republicanos, nacionalistas, militares y democráticos–,
hasta el año 2005, la forma de administración del Estado siempre fue bajo los
cánones de intereses particulares.
Y la última fase de esta manera de
administración fue el período neoliberal (1985-2005), donde los gobiernos
neoliberales se dieron a la tarea de enajenar los recursos naturales, las empresas
estatales y los excedentes económicos a manos de empresas transnacionales. Toda
esta práctica fue resultado del advenimiento de la democracia representativa
liberal.
Este tipo de democracia en Bolivia retorna
el 10 de octubre de 1982, con la consagración del Dr. Hernán Siles Zuazo, de la
Unidad Democrática y Popular (UDP), como presidente Constitucional de Bolivia,
por el lapso de cuatro años (1982-1986), que no logró cumplir por el corralito de
los partidos de la coalición (PCB, MIR y MNRI), la oposición política (MNR y
ADN), los empresarios (CEPB), comités cívicos y la posición salarialista de la
COB, FSTMB y la CSUTCB. Todos juntos lo orillaron a resignar al cargo el 6 de
agosto de 1985.
Con Siles al poder, se había cerrado un
ciclo largo de regímenes militares (1964-1982), de gobiernos dictatoriales, autoritarios
y prorroguistas, donde los civiles estaban amenazados de “andar con el
testamento bajo el brazo”, reducidos a la sumisión, sin oportunidad a la disidencia.
Las Fuerzas Armadas asumieron el poder a
consecuencia del país tomara el rumbo del orden, la paz y el trabajo, poniendo
en statu quo al gremio obrero y al
sector campesino con persecución, exilio a sus líderes y, a algunos de ellos,
privándoles de la vida, como también a personajes ilustres –Luis Espinal, Marcelo
Quiroga Santa Cruz…– que levantaron la voz al régimen por sus desaciertos; sofocando
así, con el apoyo desde la sombra de políticos de derecha, todo intento de
emergencia de la “izquierda comunista”, por susceptibilidad del gobierno
norteamericano.
Pero vuelto la democracia, éste fue
cooptado por los mismos actores que hicieron juego con la dictadura, y vuelven
esta vez revestidos de “políticos demócratas”. Con ello se había transitado de
la dictadura militar a la dictadura de partidos políticos neoliberales, a la
democracia representativa liberal, que privilegió intereses particulares de
nacionales como de extranjeros.
Y la esencia del concepto de democracia,
el “gobierno del pueblo” o a la democracia participativa, de ningún modo fue puesta
en práctica en su integridad, sino parcialmente.
Como es práctica ocurrente en Bolivia,
desde su fundación –1825–, que una minoría siempre capitaliza las victorias del
pueblo organizado, y esta vez no fue la
excepción, la partidocracia neoliberal se había apoderado del regreso de la
democracia.
En los hechos, la democracia liberal
fue sinónimo de elecciones indirectas. O sea, el ciudadano “votaba pero no
elegía” a su presidente. Sufragaba por un candidato, pero los legisladores en
el Congreso sorteaban opciones de entre los más votados y elegían al futuro
gobernante en relación a acuerdos y prebendas políticas. Y al pueblo sólo le
quedaba aceptar el veredicto y al nuevo gobierno.
Esta forma de democracia se legitimó porque
ningún partido político obtenía mayoría absoluta como rezaba la Constitución
Política del Estado de entonces. Según el artículo 90, el Congreso era
facultado para elegir Presidente y Vicepresidente de la República “si en las
elecciones generales ninguna de las fórmulas obtuviera la mayoría absoluta de
sufragios válidos”. Y entonces se barajaba suerte “entre las dos fórmulas que
hubieran obtenido el mayor número de sufragios válidos” para pactar y agruparse
en megacoaliciones.
Así inicia en este período la
“democracia pactada”. Duraría veinte años (1985-2005), tal cual había presagiado
el primer presidente neoliberal, Dr. Víctor Paz Estenssoro (1985-1989), quien inaugura
su nuevo gobierno con la premisa de “Bolivia se nos muere”, por la alta
inflación de la economía, y promulga el DS 21060 que puso en vigencia el
neoliberalismo y con el que lanza a más de 25 mil obreros a las calles indicando
“relocalización”, re-acomodo de fuente de trabajo, que no fue tal, sino un
juego de palabras.
Este grupo de exempleados fueron a
engrosar el mercado informal y parte del contrabando, además de dispersarse por
todo el territorio nacional obligado a reinventarse en nuevos rubros para cubrir
la canasta familiar y tratar de mantener a la familia unida que, en muchos
casos, el desempleo fue el detonante de su desintegración y la proliferación de
la delincuencia.
El neoliberalismo había fomentado el
“vivir mejor” de algunas cuantas familias, matando toda esperanza de “vivir
bien” de la mayoría de los bolivianos y las bolivianas. Pero el giro de
paradigma era cuestión de un par de años, al inicio del siglo XXI. Pronto los
movimientos sociales e indígena-campesinos diseñarán, a través de duras
jornadas de luchas, el nuevo horizonte estatal, el Estado Plurinacional Social Comunitario
Autonómico de Bolivia.
[1] Licenciado en Ciencias
de la Comunicación Social por la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), La
Paz-Bolivia, maestrante en el programa de Postgrado de Historia de la UMSA.

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