Este escrito es una
emulación de entrevista moderna al “Inca” Garcilaso de la Vega (1539-1616) en
base a su obra Comentarios Reales[1], con la intención de
poner en escena de manera didáctica su versión sobre las formaciones de las
entidades políticas de la Cuenca del Titicaca hasta la llegada de los incas, y
algún punteo sobre los españoles. Es decir, el texto de los Comentarios está adaptada
a una conversación de lenguaje llano y sin ninguna alteración al espíritu de la
obra, sólo algunos troques de palabras por sinónimos.
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| Retrato imaginario del Inca Garcilaso de la Vega en España |
ABRAHAM SAHUA[2] |
MYMPOLITIKON BOLIVIA
abrahamsahua@gmail.com
Fue
bautizado con el nombre de Gómez Suárez de Figueroa, en honor a uno de los
antepasados de su padre, pero a los 24 años cambia por Gómez Suárez de la Vega
y más tarde por Garcilaso de la Vega. Y para pasar desapercibido de otro escritor
español de igual patronímico, tomó el nombre de “Inca” Garcilaso de la
Vega.
Viene
de cuna mestiza[3], de padre español y de madre
india. Viene de aquella sociedad peruana que se hallaba atomizada por el
encuentro de dos realidades diferentes, donde el mestizo no cabía ni en el
mundo de los españoles ni en el mundo de los indios. Sin embargo, consecuente
asume esa condición asignada “por nuestros padres” –dice–, por los primeros
peninsulares que pisaron tierra peruana el siglo XVI.
A
pesar de eso, el “Inca” Garcilaso es considerado de la élite mestiza, de la
primera generación de su época, junto al padre Blas Valera y Juan de Betanzos.
Este rango social lo adquiere por su contribución intelectual y,
principalmente, por la posición social que su padre Sebastián García Lasso de
la Vega había alcanzado como capitán español –“conquistador” del Imperio Inca–,
aunque había llegado al linde de la conquista, en 1534.
La
tradición de esos momentos cuenta que los hijos mestizos de los
“conquistadores” debían permanecer en el hogar paterno recibiendo educación
española, con alguna concesión de conservar el recuerdo de las costumbres de la
madre india. Y fue así que de niño, en su querido Cuzco, por encargo de su
padre a instructores españoles, recibe educación de la lengua española, la
gramática y el latín. Pero también el pequeño mestizo había aprendido con su
madre india, antes que el español, el quechua como su primera lengua, a manejar
el “quipu” y, sobre todo, la historia y los valores de sus ancestros escuchando
relatos de sus parientes que visitaban habitualmente su hogar.
Entonces,
Garcilaso toma el apelativo de “Inca” por parte de su madre Chimpu Ocllo o
Isabel Suárez –nombre y apellido español que le asignó la sociedad española–,
descendiente de la realeza Inca. Pues la Princesa era prima de Huáscar y
Atahuallpa, y tenía la costumbre de recibir en su hogar visitas periódicas de
su parentela, con quienes hacía memoria con nostalgia sobre lo que había sido
el Imperio, la invasión y la conquista de los peninsulares, que el niño inca a
oído atento aprendía.
Años
más tarde, pasando por el abandonado –a los 11 años de edad–, la muerte y la
herencia –propiedades y la suma de 4 mil pesos para sus estudios en España– de
su progenitor, el ya joven mestizo, cumplido los veintiún años de edad, decide
salir a España con la intención de reclamar las propiedades de su herencia,
despojadas a su madre en el Perú, pero sin ningún resultado, quedándose allí a
hacer residencia.
Una
vez instalado, ingresó al Ejército. Y a partir de los treinta años de edad
comenzó una carrera ascendente: obtuvo el grado de capitán; perfeccionó su
latín; se codeó con ilustres y doctos españoles e ingresó al círculo
sacerdotal. Los años habían avanzado, y es en este contexto que empieza a escribir.
Pues
su primera obra consistió en una traducción de tres Diálogos de Amor de León Hebreo (1590); la segunda fue la crónica La Florida del Inca o Historia del Adelantado Hernando de Soto (1605) y la tercera obra, la más publicada y
famosa, Comentarios Reales, en dos
partes: la primera compuesta de nueve libros (1609), trata de lo que fue el
Imperio Inca, antes de los españoles, y la segunda de ocho libros (1613), que
trata sobre la invasión y conquista del Perú por los españoles.
A
continuación, el “Inca” Garcilaso de la Vega vierte algunos puntos
fundamentales para entender los Comentarios Reales.
COMENTARIO A LOS COMENTARIOS REALES Y AL DESCUBRIMIENTO
DEL NUEVO MUNDO
@ ABRAHAM SAHUA |
MYMPOLITIKON BOLIVIA
abrahamsahua@gmail.com
–¿Por qué escribir los
Comentarios Reales?
–Ha
habido muchos españoles que han escrito sobre el Nuevo Mundo, como de México,
de Perú y de otros reinos, pero no lo suficiente claro. Es lo que he notado
particularmente en las cosas escritas del Perú. Yo, como natural
del Cuzco, puedo decir que fue
otra Roma aquel Imperio, pero esto no lo han dicho los escritores. Hay muchas
verdades que tocan de aquella república, pero
escriben entrecortado, que para mí –de la manera que las dicen– las
entiendo mal. Por lo cual, me ofrecí al trabajo de escribir los Comentarios,
donde se ven las cosas distintas que en aquella república había antes de los
españoles, así en los ritos de su religión como el gobierno de sus reyes, y
todo lo demás que de aquellos indios se puede decir, desde lo más ínfimo del
ejercicio de los vasallos hasta lo más alto de la corona real.
–La primera parte de
los Comentarios se advierte solo en relación al imperio incaico.
–Solamente
del Imperio de los
Incas, sin entrar
en otras monarquías, porque no
tengo noticia de ellas. Pero mi intención no es contradecirles –a los
historiadores españoles– sino servirles de comentario e intérprete en muchos
vocablos indios que, como extranjeros en aquella lengua, interpretaron fuera de
la propiedad de ella.
–Por ejemplo, ¿qué
dijeron estos historiadores sobre el descubrimiento del Nuevo Mundo?
–Cerca
del año de 1484, años más años menos, un comerciante natural de la villa de
Huelva, del Condado de Niebla, llamado Alonso Sánchez de Huelva[4], tenía un navío pequeño, con
el cual navegaba
por el mar, y llevaba de España a las islas Canarias algunas
mercaderías que allí se vendían bien, y de las Canarias cargaba frutos y las
llevaba a la isla de La Madera, y de allí se volvía a España cargado de azúcar
y conservas. Cierta vez, atravesando las Canarias a la isla de La Madera, le
pescó una fuerte tormenta que, no pudiendo resistirle, se dejó arrastrar por
veintiocho o veintinueve días sin saber el rumbo.
En
todo ese tiempo, él y los del navío, no pudieron tomar el control de la situación,
y resistieron sin comer ni dormir. Calmado el viento, se hallaron cerca de una
isla, no se sabe cuál fue, sólo se sospecha que fuera la llamada Santo Domingo.
El piloto saltó a tierra, y comenzó a escribir todo lo que vio y lo que le
había sucedido mar adentro. Habiendo tomado agua y leña, reaccionó y se
preocupó mucho en saber cómo llegó y cómo regresar, por lo que gastó más tiempo
del que le convenía. Y por la falta de agua, provisión de alimentos y el
trabajo que habían padecido, empezaron a enfermar y a morir, de tal manera que
de diecisiete hombres que salieron de España, más de cinco llegaron a la isla
de Tercera, en el archipiélago de las Azores, de entre ellos el piloto Alonso
Sánchez de Huelva.
Estos
sobrevivientes fueron a parar a casa del famoso Cristóbal Colón, genovés,
porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía cartas de marear,
el cual los recibió con mucho amor y les brindó atención por el naufragio que
habían dicho haber padecido. Y como llegaron tan debilitados, por mucho que
Colón les atendió, no pudieron volver en sí y murieron todos en su casa,
dejándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales
aceptó Colón que salió con dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo
puso en el escudo de armas diciendo: "A Castilla y a León, Nuevo Mundo dio
Colón".
–Y ¿cuál es la fuente
de tal afirmación?
–Yo
las oí en mi tierra a mi padre y a sus contemporáneos, a mis mayores, que en
aquellos tiempos la mayor y más ordinaria conversación que tenían era repetir
las cosas más hazañosas y notables que en sus conquistas habían acaecido, donde
contaban la que he dicho.
Además,
yo quise añadir esto que faltó a la obra Historia
general de las Indias (1552) de aquel antiguo historiador, Francisco López
de Gómara[5], quien escribió lejos de
donde sucedieron estas cosas basándose sólo en relatos de aquellos navegantes
que fueron y volvieron de América, que le dijeron muchas cosas de las que
pasaron, pero imperfectas.
Pero
también el reverendo padre Joseph de Acosta[6],
en su obra Historia natural y moral de
las Indias (1590), toca esta historia del descubrimiento del Nuevo Mundo,
pero no la cuenta entera. Él señala, por ejemplo, que el “descubrimiento” se
dio cuando aquel marinero –Alonso Sánchez de Huelva–, habiendo pasado por una
terrible tempestad y reconocido el Nuevo Mundo, dejó por paga esta gran noticia
a Cristóbal Colón, por el buen hospedaje que le había brindado.
–Una vez que Colón se
apropió de la información sobre el Nuevo Mundo de los marineros, ¿qué pasó?
De
ahí en adelante, Cristóbal Colón insistió en su demanda –de emprender viaje al
Nuevo Mundo–, prometiendo cosas nunca vistas ni oídas, que dio cuenta de ellas
a los Reyes Católicos, que le ayudaron a salir con su empresa. Que si no fuera
por la noticia que le dio Alonso Sánchez de Huelva, no hubiera prometido tanto,
con su sola imaginación de cosmógrafo.
Después,
según Joseph de Acosta, Colón no tardó más de sesenta y ocho días en viajar
hasta la isla de Guanatianico, haciendo pausa algunos días en la Gomera para
descansar. Lo hizo así por la noticia que le dio Alonso Sánchez, de lo
contrario, qué rumbos hubiese tomado en un mar tan grande. Fue casi un milagro
haber ido allá en tan breve tiempo.
–También tienes una
versión sobre el origen de la palabra Perú. Cuenta un poco.
–Sí.
Será bien saber cómo se dedujo este nombre –Perú–, que los indios, por
cierto, no tenían en su lenguaje.
Se
debe saber que habiendo descubierto el Mar del Sur Vasco Núñez de Balboa el año
1513, primer español que la descubrió, y habiendo recibido de los Reyes
Católicos el título de Adelantado por el descubrimiento, tuvo también que
descubrir y saber qué tierra era y cómo se llamaba. Para este efecto hizo tres
o cuatro viajes, los cuales enviaba cada uno en diversos tiempos del año a
descubrir aquella costa.
Un
navío de ellos subió más al sur, y navegando costa a costa, como se navegaba
entonces, vio a un indio que estaba pescando en la boca de un río. Con cautela
se echaron en tierra cuatro españoles, grandes corredores y nadadores –para que
no se les fuese por tierra ni por agua–, lejos de donde el indio estaba.
Mientras
tanto, el navío pasó por delante del indio para que se descuidase y no se diera
cuenta de la celada que le tenían preparada. El indio, viendo en el mar una
cosa tan extraña, nunca jamás vista en aquella costa, como era navegar un navío
a todas velas, se admiró grandemente y quedó pasmado e imaginando qué pudiese
ser aquello que veía delante de él. Y tanto fue la sorpresa que se descuidó y
fue atrapado: lo abrazaron, y así lo llevaron al navío con regocijo, todos
ellos.
Los españoles, habiéndole acariciado para que
perdiese el miedo por el aspecto barbón y traje diferente, le preguntaron con
señas y con palabras qué tierra era aquélla y cómo se llamaba. El indio, por
los ademanes que le hacían –como a un mudo– con las manos y el rostro, entendía
que le preguntaban algo, pero no entendía qué le preguntaban, y respondió de
prisa –antes que le hiciesen algún daño–, y dijo su propio nombre, Berú, y uno
de los españoles dijo ¿Pelú? Entonces, lo que quiso decir fue: si me preguntas
cómo me llamo, yo me digo Berú, y si me preguntas dónde estaba, digo que estaba
en el río.
–Es decir, ¿los
españoles entendieron lo que ellos quisieron entender de la respuesta del
indio?
–Así
es. Los españoles entendieron conforme a su deseo, imaginando que el indio les
había entendido, como si él y ellos hubieran hablado en castellano. Y desde
aquel tiempo (1515, 1516) llamaron Perú a aquel grande Imperio, corrompiendo
ambos nombres, como corrompieron los españoles casi todos los vocablos que
tomaban del lenguaje de los indios de aquella tierra. Porque si tomaron el
nombre del indio, Berú, trocaron la b por la p; y el nombre Pelú, que significa
río, trocaron la l por la r, y dijeron Perú.
Otros
que corrompen las letras son los escritores modernos, que en sus historias
dicen Pirú. Pero los historiadores más antiguos, como Pedro de Cieza de León[7], el contador Agustín de
Zárate[8], Francisco López de Gómara y
Diego Fernández[9], y aún el Padre Fray
Jerónimo Román, todos le llaman Perú y no Pirú.
Desde
entonces, al Imperio Inca lo llamaron Perú y a todo lo que hay desde el paraje
de Quitu hasta los Charcas, aunque el Imperio pasaba hasta Chile.
VIDA Y COSTUMBRES DE
LOS HABITANTES DEL PERÚ, PREVIO A LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES
@ ABRAHAM SAHUA |
MYMPOLITIKON BOLIVIA
abrahamsahua@gmail.com
–Ahora háblanos sobre
los habitantes del Perú, antes de la llegada de los españoles. ¿Quiénes eran?
¿Cuáles eran sus costumbres, sus alimentos? ¿Qué hacían?
–Para
que se entienda mejor la idolatría, la vida y las costumbres de los indios del
Perú, es necesario dividir aquellos siglos en dos edades: diré, primero, cómo
vivían éstos antes de los Incas y luego diré cómo gobernaron aquellos Reyes, para
que no se confunda lo uno con lo otro ni se atribuyan las costumbres ni los
dioses de los unos a los otros.
Pues
bien, en aquella primera edad había unos pocos indios como bestias mansas y
otros mucho peores que fieras bravas. Pero cada provincia, cada nación, cada
pueblo, cada barrio, cada linaje y cada casa tenía dioses diferentes unos de
otros, porque creían que el dios ajeno no podía ayudarles, sino el suyo propio.
Y así tenían tanta variedad de dioses que era imposible de contar. No eran como
los romanos que tenían dioses imaginados como la Esperanza, la Victoria, la Paz
y otros. No adoraban a cosas invisibles, adoraban lo que veían, sin considerar
de las cosas que adoraban y si merecían ser adoradas. Sólo atendían a
diferenciarse entre todos.
Adoraban a yerbas, plantas, flores, árboles de todas
suertes; cerros altos, grandes peñas y los resquicios de ellas; cuevas hondas,
guijarros y piedrecitas, las que en los ríos y arroyos hallaban, de diversos
colores, como el jaspe. Adoraban la piedra esmeralda; no adoraban diamantes ni
rubíes porque no hubo en aquella tierra. En lugar de ellos adoraron diversos
animales, a unos por su fiereza, como al tigre, león y oso, y, por esta causa,
si acaso los topaban, no huían de ellos, sino que se echaban en el suelo a
adorarles y se dejaban matar y comer sin huir ni hacer defensa alguna. También
adoraban a otros animales por su astucia, como a la zorra y a las monas.
Adoraban al perro por su lealtad y nobleza, y al gato cerval por su ligereza.
Al ave que ellos llaman cúntur[10] por su grandeza, y a las
águilas adoraban ciertas naciones porque se precian descender de ellas y
también del cúntur. Otras naciones adoraban a los halcones por su ligereza y
sus garras; adoraban al búho por la hermosura de sus ojos y cabeza, y al
murciélago por la sutileza de su vista, que les causaba mucha admiración que
viese de noche. Y otras muchas aves adoraban como se les antojaba. A las
culebras grandes por su monstruosidad y fiereza, que las hay de veinticinco y
de treinta pies y más y menos de largo y gruesas muchas más que el muslo.
También tenían por dioses a otras culebras menores, a las lagartijas, sapos y
escuerzos adoraban.
En
fin, no había animal vil ni sucio que no fuera adorado. Tomaban a todos sólo
para diferenciarse unos de otros, sin esperar sacar de ellos algún provecho.
Estos indios fueron muy simples en toda cosa, como ovejas sin pastor, por lo
que no hay que admirarnos que estas gentes sin letras ni enseñanza alguna
cayesen en tan grandes simplezas, pues los griegos y los romanos, que tanto
presumían de sus ciencias, tuvieron, cuando más florecían en su Imperio,
treinta mil dioses.
Pero
había otros indios de diversas naciones, en aquella primera edad, que
escogieron a sus dioses con más consideración que los anteriores, porque
adoraban algunas cosas de las cuales recibían algún provecho, como los que
adoraban las fuentes caudalosas y ríos grandes, porque les daban agua para
regar sus sementeras.
Otros
adoraban la tierra, y le llamaban Madre, porque les daba sus frutos; otros al
aire por el respirar, porque decían que mediante él vivían los hombres; otros
al fuego porque los calentaba y porque cosían sus alimentos; otros adoraban a
un carnero por el ganado que en sus tierras se criaba; otros a la cordillera
grande de la Sierra Nevada, por su altura y admirable grandeza y por los muchos
ríos que salen de ella para los riegos; otros al maíz, porque era el pan común
de ellos; otros a distintas mieses y legumbres, según la abundancia que daban
en sus provincias.
Los
de la costa del mar, además de otros dioses que tuvieron, o quizá los mismos
que mencioné, adoraban en común al mar, y le llamaban Mamacocha, que quiere
decir Madre Mar, por sustentarles con su pescado. Adoraban a los pescados, a la
ballena por su grandeza y monstruosidad. Otras provincias y regiones adoraban
también al pescado, unas a la sardina, otras la liza, al tollo, al dorado, al
cangrejo y mariscos por falta de otro pescado, porque no había en aquel mar o
porque no lo sabían pescar y matar. En suma, adoraban y tenían por dios
cualquier otro pescado que les era de más provecho que los otros.
De
manera que tenían por dioses no solamente los cuatro elementos, mas también
todos los compuestos y formados de ellos, por viles e inmundos que fuesen. Y
otras naciones, como son los chirihuanas y los del cabo de Pasau, no tuvieron
inclinación de adorar cosa alguna, ni por interés ni por miedo, sino que en
todos vivían como bestias, porque no llegó a ellos la doctrina y enseñanza de
los Reyes Incas.
–En relación a los
ritos y sacrificios, ¿cuál fue el comportamiento de estos primeros hombres?
–Crueldad
y barbaridad en los sacrificios. De acuerdo a la característica de sus dioses
eran también la crueldad de los sacrificios de aquella antigua idolatría, pues
como animales sacrificaban hombres y mujeres de todas las edades, a aquellos
prisioneros de guerras. Y en algunas naciones fue tan inhumana que no se
contentaban con sacrificar enemigos cautivos, sino a sus propios hijos.
Este
sacrificio de hombres y mujeres, muchachos y niños, era que vivos les abrían
los pechos y le sacaban el corazón con los pulmones, y con la sangre de ellos,
antes que se enfriase, rociaban al ídolo que pidió el sacrificio, y luego, en
los mismos pulmones y corazón, miraban sus agüeros para ver si el sacrificio
había sido aceptado o no, y lo quemaban, en ofrenda al ídolo, el corazón y los
pulmones hasta consumirlos, y comían al
indio sacrificado con grandísimo gusto y sabor, aunque fuese su propio hijo.
Hubo
otros indios no tan crueles en sus sacrificios, aunque en ellos mezclaban
sangre humana sacada de los brazos o las piernas y de donde empieza la nariz,
según el sacrificio. Este ritual fue rutinaria entre los indios del Perú, aún
después de los Incas, para sus sacrificios y para el dolor de cabeza.
Además,
otros sacrificios tuvieron los indios todos en común; para ello usaron animales
como carneros, ovejas, corderos, conejos, perdices y otras aves, sebo y la
yerba, el maíz y otras semillas y legumbres y madera olorosa y cosas
semejantes, según las tenían de cosecha y según que cada nación entendía qué
sería sacrificio más agradable a sus dioses, principalmente si sus dioses eran
aves o animales, carniceros o no. Cada uno de ellos ofrecía lo que comían y lo
que les parecía más sabroso al gusto.
–¿Y cómo fue la
organización de estos pueblos?
–Eran
irracionales, apenas tenían lengua para entenderse entre ellos de su misma
nación, y así vivían como animales de diferentes especies, sin juntarse ni
comunicarse ni tratarse entre ellos.
Las
viviendas, los más políticos tenían sus pueblos poblados sin plaza ni orden de
calles ni de casas, sino como un recogedero de bestias. Otros, por causa de las
guerras vivían en riscos y peñas altas, a manera de fortaleza. Otros en chozas
derramadas por los campos, valles y quebradas. Otros vivían en cuevas, en
resquicios de peñas, en huecos de árboles, según cada uno encontraba hecha la
casa, porque ellos no lo hacían. Y éstos fueron los del cabo de Pasau y los
Chirihuanas y otras naciones que no conquistaron los Incas, los cuales eran los
peores de reducir, aún los españoles como la religión cristiana no pudieron,
por lo que jamás tuvieron doctrina.
En
aquellos pueblos gobernaba el que se atrevía y tenía ánimo para mandar a los
demás, y los trataba con tiranía y crueldad, sirviéndose de ellos como
esclavos, usando a sus mujeres e hijas a su voluntad, haciendo guerras. En unas
provincias descuartizaban a los prisioneros, y con los pellejos cubrían sus
cajas de tambor para amedrentar a sus enemigos, porque decían que, oyendo los
pellejos de sus parientes, huían. Vivían
en robos, muertes,
incendios de pueblos. Y de esta
manera se fueron haciendo muchos señores y reyecillos, entre los cuales hubo
algunos buenos que trataban bien a los suyos y los mantenían en paz y justicia.
A estos, por su bondad y nobleza, los indios los adoraron por dioses, viendo
que eran diferentes y contrarios a los
tiranos.
En
otras partes vivían pueblos sin señores que los mandasen ni gobernasen, ni
ellos supieron hacer república para dar orden y armonía. Vivían como ovejas,
sin hacerse mal ni bien, y esto era más por su ignorancia y falta de malicia
que por sobra de virtud.
–¿En cuanto a la forma
de vestir y la dieta de estos hombres?
–La
manera de vestirse de los indios, en muchas provincias, fue tan simples que
causa risa.
En
las tierras calientes, por ser más fértiles, sembraban poco o nada, se
mantenían de yerbas y raíces y fruta silvestre y otras legumbres que la tierra
daba. Pero en muchas provincias se
alimentaban de carne humana: antes que el indio muriera le bebían la sangre por
la herida que le habían dado, y lo mismo hacían cuando lo iban descuartizando,
le chupaban la sangre y se lamían las manos para que no se perdiese alguna
gota. De las tripas
hacían morcillas, hinchándolas de
carne. Creció tanto esta pasión que llegó a no perdonar a los hijos de las
mujeres extranjeras, de las que prendían en las guerras, las cuales tomaban por
mancebas, y los hijos de ellas los criaban hasta los doce o trece años, y luego
se los comían, y luego a las madres. A muchos indios, que eran prisioneros, les
perdonaban la vida y les daban mujeres
de su nación, y a sus hijos los criaban como a los
suyos y, ya jóvenes, se los comían, no los perdonaban ni por el parentesco.
Fue
tan extraña esta forma de comer carne humana, que luego que expiraba el difunto
se juntaba la parentela y se lo comían cocido o asado. Y después juntaban los
huesos y hacían funerales con gran llanto; enterraban en huecos de peñas y en
huecos de árboles. No tuvieron dioses ni supieron qué cosa era adorar. Esto de
comer carne humana más lo usaron los indios de tierras calientes que los de
tierras frías.
En
las tierras estériles y frías, donde no daba la tierra frutas, raíces y yerbas,
sembraban el maíz y otras legumbres, forzados por la necesidad. Aprovechaban la
caza y de la pesca con la misma rusticidad que en las demás cosas tenían.
ORIGEN DE LOS INCAS
@ ABRAHAM SAHUA |
MYMPOLITIKON BOLIVIA
abrahamsahua@gmail.com
–Después de todo este
panorama, ¿cómo surgen los Incas?
–Sobre
el origen y principio de los Incas Reyes naturales que fueron del Perú, contaré
lo que en mi niñez oí muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros
mayores acerca de esto. Es mejor que se sepa por las propias palabras que los
Incas cuentan que por otros autores extraños.
A
mi madre, residiendo en el Cuzco, su patria, venían a visitarla casi cada
semana parientes que escaparon de la tiranía de Atahuallpa, que platicaban
siempre sobre el origen de los reyes, de su majestad, de la
grandeza de su
Imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que
tenían en paz y en guerra y de las leyes que tenían a favor de sus vasallos.
Las
grandezas y prosperidades pasadas recordaban. Lloraban a sus reyes muertos, a
la enajenación de su Imperio y a su acabada república. Estas y otras pláticas
tenían los Incas y Pallas en sus visitas, y siempre acababan su conversación en
lágrimas y llanto. En estas pláticas, yo, como
muchacho, entraba y
salía muchas veces
donde ellos estaban, y oía, como fábulas. Siendo yo ya de
16 ó 17 años, estando mis parientes en esta conversación hablando de sus Reyes,
al más anciano le dije: Inca tío, no hay escritura entre nosotros, que guarda
la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticia tienes del origen y principio de
nuestros Reyes?, ¿qué memoria tienes de nuestra historia?, ¿quién fue el
primero de nuestros incas?, ¿cómo se llamó?, ¿qué origen tuvo su linaje?, ¿de
qué manera empezó a reinar?, ¿con qué gente y armas conquistó este grande
Imperio?, ¿qué origen tuvieron nuestras hazañas?
El
Inca me dijo: Sabrás que en los siglos antiguos toda esta región de tierra que
ves eran unos grandes montes y breñales, y la gente de aquellos tiempos vivían
como fieras y animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin
cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no
sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir; vivían de dos en dos y de
tres en tres en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra.
El
lenguaje de los Incas, a manera de veneración y acatamiento, siempre que
nombraban al Sol decían Nuestro Padre el Sol,
porque se preciaban descender de él, y el que no era
Inca no le era lícito nombrarlo, porque era blasfemia y lo apedreaban.
Entonces
el Inca me dijo: Nuestro Padre el Sol, viendo los hombres tales como te he
dicho, se apiadó y envió del cielo un hijo y una hija para que los doctrinasen
en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por
su Dios y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en
razón y urbanidad, para que habitasen en casas y pueblos poblados, supiesen
labrar las tierras, cultivar las plantas y granos, criar los ganados y gozar de
ellos y de los frutos de la tierra como hombres racionales y no como bestias.
Con esta orden y mandato puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la
laguna Titicaca, y les dijo que recorran el lugar y procurasen hincar en el
suelo una barrilla de oro que les dio, que, donde aquella barra se les hundiese
con solo un golpe en tierra, allí quería el Sol Nuestro Padre que parasen e
hiciesen su asiento y corte.
También
les dijo: Cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio, los
mantendréis en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre, haciendo
el oficio de padre piadoso, a imitación y semejanza mía, que a todo el mundo
hago bien. Quiero que ustedes imiten este ejemplo como hijos míos, enviados a
la tierra sólo para la doctrina y beneficio de esos hombres, que viven como
bestias. Y desde luego los nombró por reyes y señores de todas las personas que
adoctrinasen. Habiendo declarado su voluntad Nuestro Padre el Sol a sus dos
hijos, los despidió. Ellos salieron de Titicaca y caminaron, donde quiera que
paraban, intentaban con la barra de oro y nunca se les hundió. Así entraron en
una cueva, que hoy llaman Pacárec Tampu, que quiere decir venta o dormida que
amanece. Este nombre lo puso el Inca porque se alojó en ella. El lugar es uno
de los pueblos que este príncipe mandó poblar después, y sus moradores se
jactan del nombre, porque lo impuso nuestro Inca. De allí llegaron él y su
mujer, nuestra Reina, al valle del Cuzco.
–¿Pero dónde es que se
hundió la barra de oro?
–La
primera parada que en este valle hicieron —según el Inca— fue en el cerro llamado
Huanacauri. Allí procuró hincar en tierra la barra de oro, que se hundió al
primer golpe. Entonces dijo nuestro Inca a su hermana y mujer: En este valle
manda Nuestro Padre el Sol que paremos y hagamos nuestro asiento y morada para
cumplir su voluntad. Y por ser aquel lugar el primero de que tenemos noticia
que hubiesen pisado con sus pies, teníamos hecho en él un templo para adorar a
Nuestro Padre el Sol, en su memoria.
Entonces,
del cerro Huanacauri salieron nuestros primeros Reyes, cada uno por su lado, a
convocar gentes. Y a todos los hombres y mujeres que hallaban por aquellos
lugares les hablaban y decían cómo su padre el Sol los había enviado del cielo
para que fuesen maestros y bienhechores de los moradores de toda aquella
tierra, mostrándoles a vivir como hombres, y a reducirlos en pueblos y a
darles para comer alimentos de hombres y no de bestias.
Estas cosas y otras semejantes dijeron nuestros Reyes a los primeros salvajes
que hallaron, los cuales, viendo
aquellas dos personas vestidas y adornadas con los ornamentos que
Nuestro Padre el Sol les había dado y las orejas horadadas y abiertas, como sus
descendientes las traemos, y que en sus palabras y rostro mostraban ser hijos
del Sol, los adoraron como a hijos del Sol y obedecieron como a reyes. Y
convocándose los mismos salvajes, relatando las maravillas que habían visto y
oído, se juntaron hombres y mujeres y salieron con nuestros reyes donde ellos
quisiesen llevarlos.
Nuestros
príncipes, viendo la mucha gente, dieron orden que unos se ocupasen en proveer
de comida para todos; mandó que otros trabajen en hacer chozas y casas, como el
Inca les dijera. De esta manera se pobló la ciudad imperial, dividida en dos
partes: en Hanan Cuzco, que quiere decir Cuzco alto, y Hurin Cuzco, que es
Cuzco bajo. Se llamó alto porque el Rey pobló Hanan Cuzco, y se llamó bajo
porque la Reina pobló Hurin Cuzco. Esta división de la ciudad no fue para que
una mitad se aventaje sobre la otra en privilegio, sino que todos fuesen
iguales como hermanos, hijos de un padre y de una madre. El Inca sólo quiso que
hubiese esta división del pueblo y diferencia de nombres alto y bajo para que
quedase perpetua memoria que unos fueron convocados por el Rey y a los otros la
Reina. Y mandó que entre ellos hubiese una sola diferencia: que los del Cuzco
alto fuesen respetados como primogénitos, hermanos mayores, y los del bajo
fuesen como hijos segundos.
–Es decir que…
–El
Inca sólo quiso que fuesen como el brazo derecho y el izquierdo, por haber sido
los del alto atraídos por el varón y los del bajo por la hembra. Después hubo
esta misma división en todos los pueblos grandes y chicos del Imperio, que los
dividieron por barrios o por linajes, diciendo Hanan ayllu y Hurin ayllu, que
es el linaje alto y el bajo; Hanan suyu y Hurin suyu, que es el distrito alto y
bajo.
Poblado
la ciudad, el Inca enseñaba a los indios
varones los oficios de varón, cómo cultivar la tierra y sembrar semillas y
legumbres que les mostró que eran de comer, para lo cual les enseñó a hacer
arados y los demás instrumentos necesarios y les enseñó cómo hacer canales de
los arroyos que corren por el valle del Cuzco, hasta enseñarles a hacer el
calzado. Por otra parte, la Reina les enseñaba a las indias oficios de mujer,
como hilar y tejer algodón y lana y hacer ropaje para ellas y sus maridos e
hijos.
Nuestros
príncipes enseñaron a sus primeros vasallos, haciéndose el Inca Rey maestro de
los varones y la Coya Reina maestra de las mujeres.
Esta
historia del origen de sus Reyes me dijo aquel Inca, tío de mi madre, a quien
yo se la pedí. Y otras cosas semejantes, aunque pocas, me dijo en las visitas y
pláticas que en casa de mi madre se hacían.
–¡Pero existe otras
historias sobre el origen de los Incas y del Imperio!
–Son
los indios del Collasuyu y los del Cuntisuyu que cuentan otra fábula. Dicen que
pasado el diluvio –que no dan razón ni se entiende si fue en el tiempo de Noé o
algún otro particular, que más parecen sueños o fábulas mal ordenadas que
sucesos históricos– apareció un hombre en Tiahuanacu, que está al mediodía del
Cuzco, que fue tan poderoso que repartió el mundo en cuatro partes y las dio a
cuatro hombres que llamó Reyes: el primero Manco Cápac, el segundo Colla, el
tercero Tócay y el cuarto Pinahua. Dicen que a Manco Cápac le dio la parte
septentrional, al Colla la parte meridional, al Tócay le dio la parte del
levante y a Pinahua la del poniente; y que los mandó a cada uno a su distrito a
conquistar y a gobernar a la gente que hallasen. Y no dicen si el diluvio los
había ahogado o si los indios habían resucitado para ser conquistados y
doctrinados.
Dicen
–también– que de esta parte del mundo nació después el Tahuantinsuyo, que
hicieron los Incas. Dicen que Manco Cápac fue hacia el norte y llegó al valle
del Cuzco y fundó aquella ciudad y sujetó a los circunvecinos y los doctrinó. Y
con esto dicen de Manco Cápac casi lo mismo que he dicho de él, que los reyes
incas descienden de él, y de los otros tres reyes no dicen qué fueron de ellos.
Todas
estas historias son de gente que no tuvo instrucción, por lo que conservaron la
memoria tan confusamente que inventaron fábulas de risa.
Pero
también se cuenta otra historia sobre el origen de los Incas. Dicen que al
principio del mundo salieron de unas peñas que están cerca de la ciudad, de un
lugar que llaman Paucartampu, cuatro hombres y cuatro mujeres, todos hermanos,
la cual llamaron ventana real y lo forraron con grandes planchas de oro y
muchas piedras preciosas. Al primer hermano llamaron Manco Cápac y a su mujer
Mama Ocllo. Dicen que éste fundó la ciudad y que la llamó Cuzco, que en la
lengua de los Incas quiere decir ombligo, y que sujetó aquellas naciones y les
enseñó a ser hombres, y que de éste descienden todos los Incas. Al segundo
hermano llaman Ayar Cachi (sal) y al tercero Ayar Uchu (pimiento) y al cuarto
Ayar Sauca (regocijo). De estos tres hermanos y hermanas dicen mil disparates:
por la sal, entienden la enseñanza que el Inca les hizo de la vida natural; por
el pimiento, el gusto que de ella recibieron; y por el nombre regocijo
entienden el contento y alegría con que después vivieron. Y afirman que Manco
Cápac fue el primer Rey y que de él descienden los demás Reyes.
De
manera que por estas tres vías cuentan sobre el principio y origen de los
Incas, de Manco Cápac, y de los otros tres hermanos no hacen mención. Algunos
españoles dijeron, oyendo estos cuentos, que aquellos indios sabían de la
historia de Noé, de sus tres hijos, mujer y nueras, cuatro hombres y cuatro
mujeres que Dios reservó del diluvio, y que por la ventana del Arca de Noé,
Paucartampu, apareció el hombre poderoso en Tiahuanacu. Es decir, que Dios
mandó a Noé y a sus tres hijos que poblasen el mundo. Estos desearon asemejar
la historia a la Santa Historia. Yo no me meto en estas cosas tan hondas; lo
que yo digo son simplemente historias que en mi niñez escuché decir a los míos.
–Fundado el Cuzco,
¿cuáles fueron las primeras instrucciones del Inca?
–El
Inca Manco Capac, después de haber fundado la ciudad del Cuzco en dos
parcialidades, mandó fundar otros muchos pueblos al oriente, al poniente y al
norte.
Los demás pueblos están en el valle de
Sacsahuana, donde fue la batalla y prisión de Gonzalo Pizarro. El pueblo más
alejado de éstos está a siete leguas de la ciudad, y los demás se derramaron
camino a Chinchasuyu. Otros treinta y ocho o cuarenta pueblos, dieciocho de la
nación Ayarmaca, se derramaron camino a Collasuyu. Los demás pueblos son de
gentes de cinco o seis apellidos.
A
estos pueblos, el Inca Manco Capac les quitó los sacrificios y los ídolos, y
les mandó adorar al Sol. Estos pueblos fueron pequeños, pero después crecieron.
Mucho más adelante, los destruyó el gran tirano Atahuallpa, a unos más y a
otros menos. Pero mucho después, aquellos pueblos se movieron de sus sitios,
porque un Visorrey los hizo reducir a pueblos grandes, juntando cinco y seis en
uno y siete y ocho en otro.
El
Inca Manco Capac, según poblaba los pueblos les enseñaba a cultivar la tierra,
a hacer cosas necesarias para la vida y les iba instruyendo en la urbanidad,
compañía y hermandad que unos a otros debían tener, conforme a la razón y ley
natural, persuadiéndoles, para que entre ellos hubiese paz y concordia y no
naciesen enojos y pasiones; que hiciesen con todos lo que quisieran que todos
hicieran con ellos.
Particularmente
les mandó que respetasen a las mujeres e hijas. Puso pena de muerte a los
adúlteros, homicidas y ladrones. Les mandó que no tuviesen más de una mujer y
que se casasen entre su parentela para que no se confundiesen los linajes, y
que se casasen de veinte años arriba, para que pudiesen gobernar sus casas y
trabajar en sus haciendas. Mandó a recoger el ganado que andaba por el campo
sin dueño, de cuya lana los vistió a todos, que la Reina Mama Ocllo Huaco
enseñó a las indias en hilar y tejer.
Para
cada pueblo o nación eligió un curaca –señor de vasallos–. Los eligió por sus
méritos, los que habían trabajado más en la reducción de los indios,
mostrándose más afables, mansos y piadosos, más amigos del bien común, para que
los doctrinasen como padres a hijos. A los indios mandó que los obedeciesen
como hijos a padres.
Mandó
que los frutos se guardasen para dar a cada indio necesitado hasta que haya
tierra disponible para dárselo. Y les enseñaba el culto divino de su idolatría.
Señaló sitio para hacer templo al Sol, donde le sacrificasen, lo tuviesen como
principal Dios, le adorasen y rindiesen por los beneficios que les daba con su
luz y calor, cada día. Y que, particularmente, debían adoración y servicio al
Sol y a la Luna por haberles enviado dos hijos suyos. Mandó que hiciesen casa
de mujeres para el Sol. Los indios creyeron todo lo que el Inca les dijo,
principalmente que era hijo del Sol, y le testificaban y le adoraron creyendo
que era hombre divino, venido del cielo.
–¿Cuáles fueron las
características del Inca Manco Capak?
–El
Inca Manco Capac traía tres principales características, que después sus
descendientes heredaron. Los incas andaban trasquilados, no traían más de un
dedo de cabello. Se cortaban el pelo con el filo de la piedra porque no
conocían las tijeras. Traían las orejas perforadas, que hacían crecer
increíblemente al tamaño y forma de una rodaja de cántaro, por lo que los
españoles los llamaron Orejones. En la cabeza traían una trenza que llaman
llautu, hecha de muchos colores y del ancho de un dedo, que rodeaban la cabeza
y daban cuatro o cinco vueltas, quedando como una guirnalda.
Y
los indios traían en común la trenza en la cabeza de color negro. Andaban
también trasquilados, para diferenciarse de unos a otros y al Inca, para que no
hubiese confusión en cada provincia y cada nación. Pero también les fue mandado
a que se perforasen las orejas con limitación, que no llegase a la mitad de
como los traía el Inca, sino de medio atrás, y que trajesen cosas diferentes
por orejeras, según los apellidos y provincias.
–¿Y cómo desaparece
Manco Capak?
–Viéndose
el Inca viejo, mandó a los principales vasallos se juntasen en la ciudad del
Cuzco, y les dijo que volvería al cielo a descansar con su padre el Sol, que le
llamaba –palabras que todos los incas reyes usaron cuando sentían morirse–, y
que habiéndoles de dejar, quería dejarles el apellido de su nombre real, para
que ellos y sus descendientes viviesen honrados y estimados de todo el mundo. Y
así mandó que ellos y sus descendientes se llamasen para siempre Incas, que
gozasen todos de la alteza de este nombre, y que no quería que sus mujeres e
hijas se llamasen Pallas, como las de la sangre real, porque no siendo las
mujeres como los hombres capaces de las armas para servir en la guerra, tampoco
lo eran de aquel nombre y apellido real.
–¿Cuál es el origen del
nombre Manco Capac?
–Considerando
los indios la grandeza del amor del Inca, daban grandes bendiciones y loores a
su Príncipe y le buscaban títulos y nombres. Entre los que le inventaron,
fueron dos: Capac, que quiere decir rico, no de bienes de fortuna, sino riqueza
de ánimo, de mansedumbre, piedad, clemencia, justicia –para hacer bien a los
pobres– y rico y poderoso en armas; el
otro nombre fue
Huacchacúyac, que quiere decir amador y bienhechor de pobres. Desde
entonces se llamó este príncipe Manco Cápac. Manco es nombre propio: no se sabe
qué significa en la lengua del Perú. El nombre Inca quiere decir señor o Rey o
Emperador, hombre de sangre real. Palla quiere decir mujer de la sangre real. Y
para distinguir al Rey de los demás Incas, le llaman Zapa Inca, que quiere
decir Solo Señor.
–¿Qué tiempo reinó Inca
Manco Capac en el Perú?
–Manco
Capac reinó muchos años, pero no se sabe cuántos; se dice que más de treinta, y
otros dicen más de cuarenta. Y cuando se vio cercano a la muerte llamó a sus
hijos, que eran muchos, tanto de su mujer, la Reina Mama Ocllo Huaco, como de
las concubinas. Llamó asimismo a los principales vasallos, y les hizo una larga
plática, encargando al príncipe heredero y a los demás hijos el amor y
beneficio de los vasallos, y a los vasallos la fidelidad y servicio a su Rey y
el respeto a las leyes que les dejaba, afirmando que todas las había ordenado
su padre el Sol. Con esto despidió a los vasallos, y a sus hijos hizo en
secreto otra plática, la última, en que
les mandó siempre tuviesen en la memoria que eran hijos del Sol, y le
adorasen como a Dios y como a padre, que guarden sus leyes y mandamientos para
dar ejemplo a los vasallos, que fuesen mansos y piadosos, que sometiesen a los
indios por amor, trayéndolos con beneficios y no por fuerza, que los forzados
nunca les serían buenos vasallos, que los mantuviesen en justicia sin consentir
agravio entre ellos.
Les
mandó también que todo lo que les dejaba encomendado lo encargasen a sus hijos y descendientes para que cumpliesen y
guardasen lo que su padre el Sol mandaba. Les dijo que le llamaba el Sol y que
se iba a descansar con él; que se quedasen en paz, que desde el cielo tendría
cuidado de ellos y les ayudaría y socorrería en todas sus necesidades.
Diciendo
estas cosas murió el Inca Manco Capac. Dejó por príncipe heredero a Sinchi
Roca, hijo primogénito con la Coya Mama Ocllo Huaco, su mujer y hermana. A
demás del príncipe dejaron otros hijos e hijas, que se casaron entre sí, para
guardar limpia la sangre, la descendencia del Sol. Se tenía veneración a la
descendencia limpia de los reyes, sin mezcla con otra sangre, porque la
tuvieron por divina y todas las demás por humana, aunque fuese de grandes
señores de vasallos, que llaman curacas.
[1] Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, selección y prólogo
de Augusto Cortina, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, S. A., 1942.
[2]
Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Mayor de
San Andrés (UMSA), maestrante del postgrado “Historia de Bolivia y América
Latina” en la UMSA e investigador social e historia política; http://facebook.com/abraham.sahua;
twitter: @abrahamsahua; http://profiles.google.com/Abrahamsahua; http://abraham-sahua.blogspot.com/.
[3] Los mestizos son hijos nacidos en
América, de padre español y madre india, o viceversa.
[4] El relato sobre Alonso Sánchez de
Huelva, conocido como el “Prenauta” o precursor de Colón, siempre fue una leyenda
discutible, al no
tenerse más indicios
que los relatos
orales transmitidos por el Inca Garcilaso y otros cronistas. Pero en
1762, José Ceballos, Comendador del convento de los Mercedarios Descalzos de
Sevilla, en la censura a una obra sobre historia de Huelva, da como cierta la
historia considerando la fuente del Inca Garcilaso como original e irrefutable.
[5] Francisco López de Gómara
(1511-1564), cronista autor de la Historia General de las Indias y conquista de
México (Zaragoza, 1552). Compuso su obra sin haber estado en América. Para
escribirla partió de los testimonios de Hernán Cortés y de algunos hombres que
lucharon junto a él en la campaña de México. Sus informaciones a menudo son
refutadas por Garcilaso.
[6] El padre Joseph
de Acosta, o José de Acosta, (1540-1600), natural de Medina del Campo,
misionero jesuita, mantuvo una larga residencia y labor catequizadora en el
Perú. Su obra más importante es la Historia
natural y moral de las Indias (crónica de 1589, editada por primera vez en
Sevilla en 1590), que se ocupa del Perú incaico en los libros V y VI. Como toda
crónica que intenta describir la realidad americana, trata del mundo natural
americano, si bien en este caso, como la crónica de Fernández de Oviedo,
destaca por su exhaustividad. Antes de los quince años de su publicación, ya
había sido traducida a las lenguas más importantes de Europa.
[7] Pedro Cieza de León (¿1518?-1554),
fue autor del primer proyecto ambicioso de historia del Perú. Natural de
Llerena. En 1535 pasó a América muy joven, ocupando una oscura plaza de soldado
en Panamá, Cartagena y Popayán. Pasó al Perú con el pacificador La Gasca. Fue
testigo del período más agitado de guerras civiles entre los españoles y
presenció la ejecución de los rebeldes Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal.
En el Cuzco recogió los testimonios directos de los quipucamayos y nobles incas
sobre el Imperio. Ya en Lima fue nombrado cronista de Indias y puso término a
su extensa y autorizada crónica (1550). Volvió entonces a España; en Toledo
presentó al príncipe Felipe un ejemplar manuscrito de su obra, y en Sevilla
reposó de sus
andanzas hasta que
le sorprendió la
muerte. Por la
amplitud de sus informaciones, la seriedad de sus
juicios, y el casticismo de su estilo, se le ha llamado Príncipe de los
Cronistas. Su obra, Crónica del Perú, consta de cuatro partes: la primera es la
descripción general del país, conocida como la Primera Parte de la Crónica del
Perú, la única publicada en vida del autor (1553), y es la que cita el inca
Garcilaso de la Vega en sus Comentarios. Las otras partes (Segunda parte o
sobre el Señorío de los Incas, Tercera parte o sobre el Descubrimiento y
Conquista del Perú y Cuarta parte o sobre las guerra civiles entre
conquistadores -dividida ésta a su vez en tres libros: la guerra de Las
Salinas, la de Chupas y la de Quito-), no se publicaron sino siglos después de
su muerte.
[8] Agustín de Zárate (1514-¿1560?),
natural de Valladolid. Fue funcionario real; nombrado contador de la real
hacienda, pasó a América en la nave que trasladó al virrey Blasco Núñez Vela, a
quien siguió al Perú. Fue designado por la audiencia de Lima como negociador en
el conflicto mantenido por los encomenderos, encabezados por Gonzalo Pizarro, y
el virrey. No solo cumplió dicho encargo sino que se prestó a ser portador de
las cartas que el rebelde envió a la Audiencia exigiendo que se le reconociera
como Gobernador del Perú. Por eso se ganó la confianza de Pizarro. En 1545 retornó
a España, donde fue acusado de traición; estuvo en prisión hasta el año 1553,
cuando se le retiraron los cargos. A pesar de ello, o precisamente por ello,
fue el autor de la Historia del descubrimiento y conquista del Perú (Amberes,
1555), la obra que describe con mayor fidelidad y detalle los hechos de las
guerras civiles entre los conquistadores en Perú. Su valor es tal, que según
Raúl Porras Barrenechea, su “pérdida hubiera oscurecido la historia peruana”.
[9] Diego Fernández, apodado "El
Palentino". Soldado que luchó contra Hernández Girón e historiador que
escribió la primera y segunda parte de la Historia del Perú (1571), obra que
Garcilaso cita con profusión en la segunda parte de sus Comentarios, aunque la
contradice en reiteradas ocasiones.




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