2 de enero de 2015

La Navidad de los de abajo



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Está alegre, pues es que, después de muchos años, pasará una Navidad, como ella dice: “Como la gente”. 
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A modo frecuente, cada fin de año ve a personas llevar en brazos canastones rellenas de exquisiteces. Y nunca perdió la esperanza de algún día llevar a casa uno similar para su prole, y así pasar una Navidad como una persona normal.

Es doña Jacinta (48), con lágrimas y con palabras entrecortadas, es quien cuenta esta realidad. Es padre y madre a la vez de siete hijos, y a cada uno de ellos le falta alguna prenda, pero no les importa, el tener en manos un juguete los rebosa de alegría sus caritas resecas por el viento cortante.

“Siempre veía a las gentes con sus canastones, y yo decía que algún día tendré algo igual”, señaló el ama de casa, al recibir un gran canastón, de manos de unos buenos samaritanos. En ese minuto, la felicidad dibujó en su rostro cansado gestos de alegría y de gratitud; el momento se convirtió en mágico, en el cual se confundieron sentimientos y sensaciones contagiantes.

Está alegre, pues es que, después de muchos años, pasará una Navidad, como ella dice: “Como la gente”. El recuerdo lo llevó hacia su infancia, tiempo en que su padre, “minero perforista” del centro minero de Huanuni, llegaba no sólo con canastones, sino también con juguetes para los cuatro hermanos que la empresa los cargaba a su cuenta… Pero el impacto de un pedazo de metal en la cabeza de su progenitor segó temprano su vida para siempre.

Posterior a la muerte de su padre…, luego el de su esposo, su vida y la de su descendencia cambiaron de gris a oscuro. La batalladora madre, para dales de comer, vestimenta y un techo a sus hijos, tuvo que dedicarse a vender caramelos surtidos en la escuelita de su barrio y de ambular con productos de higiene personal por las tardes en el centro de la ciudad, en La Ceja.

Ella cuenta que la Navidad de los suyos, de amigos/as de la vecindad y de la mayoría de los alteños no es como se muestra en la televisión, en el que se presentan a personas holgadas y alegres, en ambientes iluminados y cómodos, con árboles luminosos, paquetes de regalos y cuantiosas comidas y bebidas. “Es otra realidad, que nosotros no vivimos aquí”, señaló entre suspiros.

Y es verdad, ese cuadro no cambia en la mayoría de las zonas intermedias hacia la periferia de la ciudad de El Alto. Las condiciones de los vecinos de la cuadra son similares o más penosas aún, según se va saliendo de la ciudad.

Tal parece que las fiestas de fin de año de ningún modo llegan a estas villas que, poco más, son constituidas en los extramuros de la ciudad, enclaustradas en sus ansias e impotencias de vivir alguito del advenimiento del niño Jesús, como cualquier mortal.

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