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Está alegre, pues es que, después de muchos años,
pasará una Navidad, como ella dice: “Como la gente”.
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A
modo frecuente, cada fin de año ve a personas llevar en brazos canastones
rellenas de exquisiteces. Y nunca perdió la esperanza de algún día llevar a casa
uno similar para su prole, y así pasar una Navidad como una persona normal.
“Siempre
veía a las gentes con sus canastones, y yo decía que algún día tendré algo
igual”, señaló el ama de casa, al recibir un gran canastón, de manos de unos
buenos samaritanos. En ese minuto, la felicidad dibujó en su rostro cansado
gestos de alegría y de gratitud; el momento se convirtió en mágico, en el cual
se confundieron sentimientos y sensaciones contagiantes.
Está
alegre, pues es que, después de muchos años, pasará una Navidad, como ella dice:
“Como la gente”. El recuerdo lo llevó hacia su infancia, tiempo en que su
padre, “minero perforista” del centro minero de Huanuni, llegaba no sólo con
canastones, sino también con juguetes para los cuatro hermanos que la empresa
los cargaba a su cuenta… Pero el impacto de un pedazo de metal en la cabeza de
su progenitor segó temprano su vida para siempre.
Posterior
a la muerte de su padre…, luego el de su esposo, su vida y la de su
descendencia cambiaron de gris a oscuro. La batalladora madre, para dales de
comer, vestimenta y un techo a sus hijos, tuvo que dedicarse a vender caramelos
surtidos en la escuelita de su barrio y de ambular con productos de higiene
personal por las tardes en el centro de la ciudad, en La Ceja.
Ella
cuenta que la Navidad de los suyos, de amigos/as de la vecindad y de la mayoría
de los alteños no es como se muestra en la televisión, en el que se presentan a
personas holgadas y alegres, en ambientes iluminados y cómodos, con árboles
luminosos, paquetes de regalos y cuantiosas comidas y bebidas. “Es otra
realidad, que nosotros no vivimos aquí”, señaló entre suspiros.
Y
es verdad, ese cuadro no cambia en la mayoría de las zonas intermedias hacia la
periferia de la ciudad de El Alto. Las condiciones de los vecinos de la cuadra son
similares o más penosas aún, según se va saliendo de la ciudad.
Tal
parece que las fiestas de fin de año de ningún modo llegan a estas villas que, poco
más, son constituidas en los extramuros de la ciudad, enclaustradas en sus ansias
e impotencias de vivir alguito del advenimiento del niño Jesús, como cualquier
mortal.

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