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EL PRECARIO ENTENDIMIENTO DEL INDIO SOBRE LA
DEFINICIÓN DE “ACUMULACIÓN DE RIQUEZAS” FUE LO QUE LO LLEVÓ A SU DESASTRE, A SU
COLONIZACIÓN MENTAL, POLÍTICA Y ECONÓMICA.
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En la pre colonia, es decir, antes de la llegada de
los españoles a tierras americanas, la mentalidad sobre la “ostentación y
acumulación de riquezas” entre los nativos no tuvo un soporte teórico. Ni
siquiera lo conocían. Entre ellos, otro era la mentalidad histórica sobre el
uso de sus recursos metalúrgicos: el oro y la plata.
La mentalidad sobre la codicia, el sometimiento al otro, ser un tirano impulsivo para obtener el mundo a los pies, la corrupción y el racismo, proceden de los invasores peninsulares. Ésos fueron, precisamente, algunos de los elementos culturales que trajeron consigo.
Más bien, los minerales preciosos que tenían los
“indios” a su alrededor, que los españoles fetichizaban a morir, no lo usaban
más que para el uso diario, como la reverencia a sus dioses; es decir, como
adorno para sus divinidades. Daban un valor de uso, no un valor de cambio como
en el Viejo Mundo. La costumbre de ofrecer lo mejor a sus deidades ero lo primero,
y no la preocupación de generar riquezas o llenarse los bolsillos con oro y
plata para llevar una vida suntuosa a cuesta de otros, como los españoles lo
entendían.
En ese tiempo histórico en que vivían nuestros
antepasados, no fue necesario usar el oro ni la plata para obtener alimentos o
comprar algo material y/o espiritual, como lo hacían los españoles –un ejemplo:
comprar perdón a través de las indulgencias–, porque la economía que
practicaban no era mercantilista, sino una economía
natural: trabajo en la tierra, el trueque y la solidaridad.
La historia dio un giro trascendental en el momento
en que los españoles lanzaron el ancla en costas americanas. Desde Europa, estos
invasores habían llegado con tres paradigmas bien aprendidas: riqueza,
preeminencia social y evangelización católica romana. Entonces, sabían lo que
buscaban.
En consecuencia, el choque cultural fue
catastrófico. Y a quienes afectó preponderantemente fueron a los amerindios,
más que a los peninsulares. La confusión fue total, al nivel de un shock
sicológico, explicación de los dioses no la hallaban, creyeron que fueron
abandonados. Pero para los invasores, el escenario fue propicio, en el que
consolidaban, ha filo de espada, sus afanes e intereses personales, como el apropiarse
y luego usufructuar el oro y la plata.
El precario entendimiento del indio sobre la
definición de “acumulación de riquezas” fue lo que lo llevó a su desastre, a su
colonización mental, política y económica. Desde entonces, el invasor peninsular
aprovechó la situación hasta el extremo. El interés máximo fue el oro y la
plata. Por lo tanto, desde el principio, éste cautivó al indio para intercambiar
algunos objetos insignificantes, que eran novedad para ellos –por ejemplo un
espejo o un peine–, con algo de oro o plata que llevaban siempre a la
mano, Después de varios esfuerzos, no
sólo logró el trueque, sino también la información de dónde podría adquirir y
saquear más.
Cuando el indio preguntaba qué es lo que comían los
españoles, la respuesta fue simple y llano: oro y plata. Esta actitud codiciosa
de los invasores europeos llevó al amerindio a darse cuenta que ellos darían la
vida por tener los metales preciosos en su poder; pero al mismo tiempo como una
oportunidad de salvar, no solo su vida y su libertad, sino la de todo el
imperio, que estaba infestada de invasores europeos.

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