La crisis del
capitalismo va acompañada por una crisis del pensamiento burgués: la filosofía,
la economía, la moral… Todo está en un estado de efervescencia. En lugar del
anterior optimismo que manifestaba confiadamente que el capitalismo había
solucionado todos sus problemas, hay un estado de ánimo que todo lo impregna de
tristeza. No hace mucho tiempo, Gordon Brown proclamó confiadamente “el fin del
ciclo de auge y recesión”. Después de la crisis de 2008, se vio obligado a
comerse sus palabras.
El último episodio de
la crisis del euro muestra que la burguesía no tiene idea de cómo resolver los
problemas de Grecia e Italia, que a su vez, amenazan el futuro de la moneda
común europea, e incluso de la propia UE. Este es un catalizador potencial de
un nuevo colapso a escala mundial, que será aún más profundo que la crisis de
2008.
La crisis actual se
supone que no tenía que haber sucedido. Hasta hace poco la mayoría de los
economistas burgueses creían que el mercado, si se lo dejaba solo, era capaz de
resolver todos los problemas, equilibrando por arte de magia la oferta y la
demanda (la “hipótesis del mercado eficiente”), de modo que nunca podría darse
una repetición del crack de 1929 y de la Gran Depresión.
La predicción de Marx
de una crisis de sobreproducción había sido relegada al basurero de la
historia. Aquellos que todavía se adherían a la visión de Marx de que el
sistema capitalista estaba desgarrado por contradicciones insolubles y de que
contenía dentro de sí las semillas de su propia destrucción eran considerados
como simples excéntricos. ¿Acaso la caída de la Unión Soviética no había
demostrado finalmente el fracaso del comunismo? ¿No había terminado la historia
con el triunfo del capitalismo como el único sistema socio-económico posible?
Eso fue entonces.
Pero en el espacio de 20 años (un período no muy largo en los anales de la
sociedad humana) la rueda de la historia ha dado un giro de 180 grados. Y ahora
los antiguos críticos de Marx y el marxismo están entonando una melodía muy
diferente. De repente, las teorías económicas de Carlos Marx se están tomando
muy en serio. El Capital es ahora un best seller en Alemania. Un número
creciente de economistas está estudiando detenidamente sus páginas, con la
esperanza de encontrar una explicación a lo que ha ido mal.
Crisis de la economía burguesa
La razón de esta
extraña conversión no es difícil de entender. Todas las teorías de los
economistas burgueses oficiales han sido falsificadas por la marcha de los
acontecimientos. Los economistas fueron incapaces de predecir ninguno de los
grandes acontecimientos económicos de los últimos treinta años. No predijeron
la recesión actual (de hecho, negaron su posibilidad), pero tampoco predijeron
el auge febril que la precedió.
La teoría económica
burguesa ha sido puesta a prueba y ha fracasado. Ninguna persona seria la toma
en serio. No es de extrañar que algunas empresas grandes tengan que consultar
astrólogos profesionales antes de decidir dónde invertir su dinero. Éstos,
probablemente, sean más útiles que los economistas universitarios y, de todas
maneras, el grado de éxito de sus predicciones no sería peor.
En julio de 2009,
tras el comienzo de la recesión, la revista The Economist realizó un seminario
en Londres para discutir la siguiente cuestión: ¿Qué aqueja a la economía? Esto
puso de manifiesto que para un número cada vez mayor de economistas la teoría
convencional no tiene ninguna relevancia. El ganador del Premio Nobel, Paul
Krugman, admitió que “los últimos 30 años de desarrollo de la teoría
macroeconómica ha sido, en el mejor de los casos, espectacularmente inútil o,
peor, directamente perjudicial”.
Esta opinión es un
epitafio adecuado para las teorías de la economía burguesa. Nada de lo que ha
sucedido desde entonces nos da ninguna razón para dudar de ella. La crisis
griega que ahora amenaza con arrastrar al conjunto de Europa, hundir al euro e
incluso romper la Unión Europea ha servido para subrayar la total incapacidad
de los economistas y de los políticos para ofrecer una solución.
En realidad no tienen
ninguna salida. Hagan lo que hagan estará mal. Incluso si (como es muy
probable) deciden invertir más dinero en Grecia, los mercados volverán su
atención a otros países: Irlanda, Portugal, España, Italia, Bélgica, e incluso
Francia. Angela Merkel retuerce en vano las manos y se queja de las
“irresponsables” agencias de crédito. Este es el funcionamiento del “libre
mercado” que todos aceptan. No se puede aceptar la economía de mercado y luego
quejarse de las consecuencias inevitables.
Cuatro años después
de la primera crisis, el mundo va de cabeza a un nuevo colapso y no hay nada
que pueda impedirlo. Millones de personas van a sufrir las consecuencias. El
desempleo se disparará a niveles no vistos desde la década de 1930. Los niveles
de vida caerán en picada. Y el resultado inevitable será una intensificación de
la lucha de clases en todas partes.
Naciones enteras en bancarrota
La primera fase de la
crisis que comenzó en el año 2008 se caracterizó por el impago de los grandes
bancos. Todo el sistema bancario de los Estados Unidos y del resto del mundo se
salvó sólo por la inyección masiva de miles de millones de dólares y euros por
parte de los Estados. Pero la pregunta que debe hacerse es: ¿Qué queda de la
vieja idea de que el libre mercado, si se le deja solo, va a resolver todos los
problemas? ¿Qué queda de la vieja idea de que el Estado no debe interferir en
el funcionamiento de la economía?
La inyección masiva
de dinero público no resolvió nada. La crisis no ha sido resuelta. Simplemente
se ha desplazado a los Estados. Todo lo que ha ocurrido es que, en lugar de un
déficit masivo de los bancos, tenemos un enorme agujero negro en las finanzas
públicas. ¿Y quién va a pagar por esto?
No los banqueros
adinerados que, habiendo presidido la destrucción del orden financiero mundial,
se han embolsado con calma el dinero público y ahora se están concediendo a sí
mismos fastuosas bonificaciones de dinero. ¡No! Los déficits de los que los
economistas y los políticos se quejan tan amargamente deben ser pagados por los
sectores más pobres e indefensos de la sociedad. De repente no hay dinero para
los ancianos, los enfermos, los desempleados…, pero siempre hay de sobra para
los banqueros. Esto significa un régimen de austeridad permanente. Pero esto
sólo genera nuevas contradicciones. Con la reducción de la demanda, se reduce
aún más el mercado, y por lo tanto se agrava la crisis de sobreproducción.
Ahora los economistas
están prediciendo un nuevo colapso, con divisas y gobiernos cayendo y
amenazando el tejido mismo del sistema financiero mundial. Y a pesar de lo que
dicen los políticos sobre la necesidad de reducir el déficit, las deudas han
alcanzado un nivel que no se puede pagar. Grecia ofrece un ejemplo gráfico de
este hecho. El futuro que se avecina es de una crisis aún más profunda, una
caída de los niveles de vida, ajustes dolorosos y un creciente empobrecimiento
de la mayoría. Esta es una receta acabada para la agitación y la lucha de
clases a un nivel aún más alto. Se trata de una crisis sistémica del
capitalismo a escala mundial.
Dudas
Ahora que los
acontecimientos han hecho bajar a tierra por lo menos a algunos pensadores
burgueses, estamos viendo todo tipo de artículos que a regañadientes reconocen
que, después de todo, Marx tenía razón. Tomemos como ejemplo un reciente
artículo de John Gray en la revista de noticias de la BBC, con el título Un
punto de vista: La revolución del capitalismo, BBC News, 4 de septiembre de
2011. En él dice:
“Como un efecto
colateral de la crisis financiera, cada vez más gente está empezando a pensar
que Carlos Marx tenía razón. El gran filósofo, economista y revolucionario
alemán del siglo XIX creía que el capitalismo era radicalmente inestable. Tenía
una tendencia intrínseca a producir cada vez más grandes auges y recesiones, y
a largo plazo estaba destinado a destruirse a sí mismo”.
Ahora bien, esto es
algo que gente como John Gray en el pasado hubiera ridiculizado. Ahora, sin
embargo, se ven obligados a tratarlo en serio. Así que el Sr. Gray ahora acepta
lo que se está volviendo cada vez más evidente: que el capitalismo contiene en
sí las semillas de su propia destrucción; que es un sistema anárquico y caótico
caracterizado por crisis periódicas que echa a la gente del trabajo y provoca
inestabilidad social y política.
El Manifiesto Comunista
es el libro más relevante que se puede leer hoy en día. Es realmente
extraordinario pensar que un libro escrito hace más de 150 años pueda presentar
una imagen del mundo del siglo XXI tan vívida y objetiva. Gray ahora reconoce
que fue sorprendentemente clarividente:
“En aquel momento
nada parecía más sólido que la sociedad en cuyos márgenes vivía Marx. Un siglo
y medio después nos encontramos en el mundo que él previó, en donde la vida de
cada persona es experimental y provisional, y la ruina súbita puede ocurrir en
cualquier momento”.
Aunque niega que el
socialismo sea la alternativa lógica al capitalismo decadente, Grey se ve
obligado a admitir que Marx comprendió el funcionamiento de la economía
capitalista mucho mejor que la burguesía y sus “expertos” economistas:
“Más profundamente,
Marx comprendió que el capitalismo destruye a su propia base social –el estilo
de vida de la clase media–. La terminología marxista de burguesía y
proletariado tiene un tono arcaico”. “Sin embargo, cuando argumentó que el
capitalismo hundiría a la clase media en un tipo de existencia precaria como la
de los trabajadores de su tiempo, Marx previó un cambio en nuestra forma de
vivir que sólo ahora estamos luchando para hacer frente”.
Condena devastadora
Hay un sentimiento creciente
entre todos los sectores de la sociedad de que nuestras vidas están dominadas
por fuerzas que se escapan a nuestro control. La sociedad es presa de un
corrosivo sentimiento de miedo e incertidumbre, como lo admite Gray:
“Pero tenemos muy
poco control efectivo sobre nuestras vidas, y la incertidumbre en que nos toca
vivir está siendo agravada por políticas diseñadas para hacer frente a la
crisis financiera. Unas tasas de interés de cero, junto con el aumento de
precios significa que usted está consiguiendo un rendimiento negativo de su
dinero y, conforme avanza el tiempo, su capital se está erosionando”.
La situación de
muchos jóvenes es aún peor. La crisis del capitalismo produce sus efectos más
terribles entre los jóvenes. El desempleo entre los jóvenes está aumentando en
todas partes. Esta es la razón de las protestas estudiantiles y motines en Gran
Bretaña, del movimiento de los indignados en España, de las ocupaciones de las
escuelas de Grecia y también de los levantamientos en Túnez y Egipto, donde
alrededor del 75% de los jóvenes están desempleados. Toda una generación de
jóvenes está siendo sacrificada en el altar de los beneficios. Muchos que
buscaban la salvación en una educación superior han encontrado esta avenida
bloqueada. En Gran Bretaña, donde la educación superior era gratis, ahora los
jóvenes a fin de adquirir una educación tendrán que incurrir en deudas.
En el otro extremo de
la escala de la edad, trabajadores cercanos a la jubilación descubren que deben
trabajar más tiempo y pagar más para obtener pensiones más bajas, que
condenarán a muchos a la pobreza en la vejez. Para jóvenes y adultos por igual,
la perspectiva a la que se enfrentan hoy en día es una vida de inseguridad.
Toda la vieja
hipocresía burguesa sobre los valores de la moral y la familia ha sido
desenmascarada. La epidemia de desempleo, de falta de vivienda, de aplastante
deuda y la desigualdad social extrema que ha convertido a toda una generación
en parias ha socavado la familia y ha creado una pesadilla de pobreza sistémica,
desesperanza, degradación y desesperación. Una vez más, en palabras de Gray:
“Para muchos, las
mujeres y los pobres por ejemplo, estos valores victorianos pueden ser muy
sofocantes en sus efectos. Pero el hecho más importante es que el libre mercado
funciona para socavar las virtudes que mantienen la vida burguesa”. “Cuando los
ahorros están desvaneciéndose, ser ahorrativo puede ser el camino a la ruina.
Es la persona que toma prestado y no tiene miedo a declararse en quiebra la que
sobrevive y prospera. (…)” “En una sociedad que está siendo continuamente
transformada por las fuerzas del mercado, los valores tradicionales son
disfuncionales y cualquier persona que trata de seguirlos se arriesga a
terminar mal”.
El argumento que
tanto gusta a los sociólogos burgueses de que la clase obrera ha dejado de
existir, se ha caído por su propio peso. En el último período, capas
importantes de la población activa que antes se consideraban a sí mismos como
clase media se han proletarizado. Profesores, funcionarios, empleados de banca,
etc. han sido empujados a las filas de la clase obrera y del movimiento obrero,
donde se han vuelto en algunos casos los sectores más militantes.
Gray admite que los
viejos argumentos de que “todo el mundo puede prosperar” y “todos somos clase
media” han sido falsificados por los acontecimientos. Él dice:
“De hecho, en Gran
Bretaña, los Estados Unidos y muchos otros países desarrollados en los últimos
20 o 30 años, ha estado sucediendo lo contrario. La seguridad en el trabajo no
existe, los oficios y profesiones del pasado han desaparecido en gran medida y
carreras de toda la vida son apenas recuerdos”. “Si la gente tiene alguna
riqueza, ésta está en sus casas, pero los precios de las casas no siempre
aumentan. Cuando obtener crédito es difícil como pasa ahora, pueden estar
estancados durante años. Una minoría decreciente tendrá una pensión con la que
podrá vivir cómodamente, y no muchos tienen ahorros significativos”. “Cada vez
más gente vive día a día, con poca idea de lo que el futuro puede depararle. La
gente de clase media solía pensar que su vida se desarrollaba en una progresión
ordenada. Pero ya no es posible mirar la vida como una sucesión de etapas en
las que cada una es un paso adelante respecto a la anterior”. “En el proceso de
destrucción creativa, la posibilidad de escalar ha sido eliminada y para un
número creciente de gente una existencia como clase media ya no es siquiera una
aspiración”.
Estas palabras
representan una condena devastadora del sistema capitalista. Muestran también
que las reservas sociales de la reacción se han reducido considerablemente,
porque un gran sector de los trabajadores de cuello blanco se acerca a la clase
obrera tradicional. En las recientes movilizaciones de masas en España y, en
particular en Grecia, estas capas se encontraban en la primera línea de la
lucha de clases.
Marx y el mercado
Marx predijo que el
desarrollo del capitalismo conduciría inexorablemente a la concentración del
capital: una inmensa acumulación de riqueza por un lado, y una acumulación
igual de pobreza, miseria y trabajo insoportable en el otro extremo del
espectro social. Durante décadas, esta idea fue desechada por los economistas
burgueses y los sociólogos universitarios que insistieron en que la sociedad se
estaba volviendo cada vez más igualitaria y que todo el mundo se estaba
convirtiendo en clase media. Ahora todas estas ilusiones se han disipado.
Businessweek
recientemente publicó un artículo con el título Marx y el mercado y advirtió
que Marx podría haber tenido razón en algunas cosas, pero en realidad estaba
equivocado y era peligroso. Expresa su preocupación porque “el pesimista y
combativo filósofo parece encontrar adeptos en cada nueva generación”. Y
continúa:
“Incluso se podría
decir que el Barbudo nunca ha tenido mejor aspecto. La actual crisis financiera
mundial ha dado lugar a un nuevo contingente de insólitos admiradores. En 2009
el periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, publicó un artículo
elogiando el diagnóstico de Marx sobre la desigualdad de ingresos, lo cual es
un gran reconocimiento, considerando que Marx declaró que la religión es ‘el
opio del pueblo’. En Shanghái, el centro archicapitalista de la supuestamente
comunista China, en 2010 el público se agolpó para ver un musical basado en El Capital,
la obra más famosa de Marx. En Japón, El Capital ha salido en una versión
cómic”.
Y añade: “El que Marx
esté en boga debería verse natural en un momento en que los bancos europeos
están al borde del colapso y en que la pobreza en los Estados Unidos han
alcanzado niveles nunca vistos en casi dos décadas”. “A pesar de que Marx
estaba equivocado acerca de muchas cosas, y de que su influencia fue muy
perniciosa en lugares como la URSS y China, hay áreas de sus (voluminosos)
escritos que son increíblemente perceptivas. Uno de los argumentos más
importantes de Marx es que el capitalismo es intrínsecamente inestable. Uno
sólo tiene que mirar a los titulares de Europa –la cual está siendo perseguida
por el fantasma de una posible moratoria griega, un desastre bancario y el
colapso de la zona del euro como moneda única– para ver que tenía razón. Marx
diagnosticó la inestabilidad del capitalismo en un momento en que sus
contemporáneos y predecesores, tales como Adam Smith y John Stuart Mill,
estaban mayormente cautivados por su capacidad para satisfacer las necesidades
humanas”.
George Magnus
Hasta aquí Businessweek. Ahora vamos a leer lo que George Magnus,
analista económico del banco UBS, escribió recientemente en un artículo con el
título intrigante: Demos a Carlos Marx la oportunidad de salvar la economía
mundial.
Con sede en Suiza,
UBS es uno de los pilares del mundo financiero, con oficinas en más de 50
países y más de 2 billones de dólares americanos en activos. Sin embargo, en un
ensayo de Bloomberg View, publicado el 28 de agosto, Magnus escribió que “la
economía global de hoy tiene algún parecido asombroso a lo que Marx había
previsto”. En su artículo empieza describiendo a los responsables políticos
como “tratando de entender el aluvión de pánico financiero, las protestas y
otros males que afligen al mundo” y sugiere que haríamos bien en estudiar la
obra de “un economista muerto hace mucho tiempo, Carlos Marx”:
“Consideremos, por
ejemplo, la predicción de Marx de cómo se manifestaría el conflicto inherente
entre el capital y el trabajo. Tal y como escribió en El Capital, la búsqueda
de beneficios y productividad de las empresas, naturalmente, les lleva a
necesitar cada vez menos trabajadores, creando un ‘ejército industrial de
reserva’ de pobres y desempleados: ‘Por tanto, la acumulación de riqueza en un
polo representa, al mismo tiempo, la acumulación de la miseria en el otro
polo’”.
Y continúa: “El
proceso que él [Marx] describe es visible en todo el mundo desarrollado,
particularmente en los Estados Unidos Los esfuerzos de las empresas para
reducir costos y evitar la contratación han aumentado las ganancias
corporativas de Estados Unidos como porcentaje de la producción económica total
al más alto nivel en más de seis décadas, mientras que la tasa de desempleo se
sitúa en el 9,1 por ciento y los salarios reales están estancados”. “Mientras
tanto, según algunos cálculos, la desigualdad de ingresos de Estados Unidos
está cerca de su nivel más alto desde la década de 1920. Antes de 2008, la
disparidad en los ingresos estaba disimulada tras factores tales como el
crédito fácil, que permitió a los hogares pobres disfrutar de un estilo de vida
más próspero. Ahora el problema está saliendo con toda su crudeza”.
Magnus cita con
aprobación el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
(1859) de Marx:
“Al llegar a una fase
determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad
entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que
no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad
dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí”.
Magnus dice que estas
líneas tienen una especial relevancia en la situación actual:
“La cita anterior
refleja la importante idea de conflicto o turbulencia cuando ocurren eventos
que conducen a desafíos al poder, autoridad y legitimidad del orden político y
económico existente. Durante los últimos meses, hemos visto una serie de tales
desafíos en la zona del euro, en los Estados Unidos, e incluso, en forma
embrionaria, en China. El nerviosismo reciente en los mercados financieros y el
aumento de las primas de riesgo no sólo reflejan un aumento de la ansiedad
sobre el deterioro de la salud de la economía global, sino también el
agotamiento de la confianza de que las élites políticas sean capaces de hacer
frente a la situación”.
Magnus reconoce que
la crisis actual es una crisis de sobreproducción, a pesar de que confunde esto
con la noción keynesiana de subconsumo -una idea completamente diferente (y
falsa)-. “Marx también señaló la paradoja de la sobreproducción y el bajo
consumo: la gente, cuanto más se quede relegada a la pobreza, menos capaz será
de consumir todos los bienes y servicios que las empresas producen. Cuando una
empresa reduce los costos para aumentar los ingresos, es inteligente, pero
cuando lo hacen todos, socavan la formación de los ingresos y la demanda
efectiva de los cuales dependen para ingresos y beneficios”. “Este problema
también es evidente en el mundo desarrollado de hoy. Tenemos una capacidad
sustancial para producir pero, en los estratos de ingresos medianos y bajos,
nos encontramos con una inseguridad financiera generalizada y bajas tasas de
consumo. El resultado es visible en los Estados Unidos, donde la construcción
de nuevas viviendas y las ventas de automóviles siguen siendo alrededor del 75%
y 30% por debajo de sus puntos más altos en 2006, respectivamente. “Como decía
Marx en El Capital: ‘La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la
pobreza y el consumo restringido de las masas’”.
Naturalmente, Magnus
aboga por soluciones keynesianas para la crisis: si tan solo los capitalistas
(o el Estado) dieran un poco más dinero a los trabajadores, si tan solo
aliviaran la carga de la deuda de los hogares, si tan solo reestructuraran la
deuda hipotecaria, si tan solo hubiera alguna condonación de la deuda, si tan
solo los bancos prestaran más dinero a las pequeñas empresas, si tan solo los
gobiernos y bancos centrales gastaran dinero en programas de infraestructura,
si tan solo los acreedores europeos fueran más buenos con los griegos… entonces
todo estaría bien.
Si tan sólo, si tan
sólo… Si los cerdos tuvieran alas… ¡Volarían! ¡Y estos economistas acusan a los
marxistas de ser utópicos! Todo lo que el Sr. Magnus está pidiendo es que los
capitalistas se comporten menos como capitalistas y más bien como San Francisco
de Asís. Es como pedirle a un tigre que coma ensalada en lugar de carne.
Sabemos cómo el tigre reaccionaría ante esta agradable propuesta. Y también sabemos
cómo los banqueros y capitalistas reaccionarían. Huelga decir que esta
estupidez keynesiana no tiene absolutamente nada en común con las ideas de
Carlos Marx.
Como señala Magnus,
Marx predijo que las empresas necesitarían menos trabajadores a medida que
mejorara la productividad, creando así un “ejército industrial de reserva” de
los desempleados, cuya existencia mantendría la presión a la baja sobre los
salarios de los empleados.
Como el artículo
anteriormente citado de la revista Businessweek ha señalado:
“Es difícil
argumentar contra eso en estos días, dado que la tasa de desempleo en los
Estados Unidos sigue siendo de más de un 9 por ciento. El 13 de septiembre, la
Oficina del Censo de los Estados Unidos dio a conocer datos que muestran que el
ingreso medio, ajustado a la inflación, para los hombres a partir de 15 años de
edad y a tiempo completo, cayó entre 1973 y 2010. La condición de los
trabajadores de cuello azul en los Estados Unidos está aún muy lejos de los
salarios de subsistencia y de la ‘acumulación de la miseria’ que Marx previó.
Pero las cosas no están tan brillantes en los Estados Unidos tampoco”.
Nouriel Roubini
El 11 de agosto The
Wall Street Journal publicó una entrevista con el economista Dr. Nouriel
Roubini, conocido por sus colegas economistas como el “Dr. Agorero” por su
predicción de la crisis financiera de 2008. Hay un video de esta entrevista
extraordinaria, que merece ser estudiada cuidadosamente, ya que muestra el
pensamiento de los estrategas del Capital más perspicaces.
Roubini es totalmente
escéptico acerca de la capacidad de los gobiernos y bancos centrales para
evitar un nuevo colapso económico, y mucho menos para salir de la recesión
actual. Él no cree que un nuevo brote de flexibilización cuantitativa, tasas de
interés más bajas, o cualquiera de las otras medidas propuestas, vayan a
suponer ninguna diferencia: “Si la gente no quiere pedir prestado”, se
pregunta, “¿para qué va a servir bajar las tasas de interés?”
Argumenta que la
cadena de crédito se ha roto y que el capitalismo ha entrado en un círculo
vicioso en el que el exceso de capacidad (sobreproducción), la caída de la
demanda de los consumidores, los altos niveles de deuda… todo genera una falta
de confianza en los inversionistas que a su vez se reflejará en fuertes caídas
en la Bolsa de valores, caída de precios de los activos y un colapso en la
economía real.
Llega a la conclusión
de que la economía de mercado no puede evitar una recesión, porque “no hay
suficiente demanda final”. También relaciona esta falta de demanda a un largo
período en que el capital ha exprimido a la mano de obra, y la proporción de
los beneficios ha aumentado a expensas de los salarios. Destaca la
intensificación de la explotación, los salarios reales estancados o en
descenso, y los niveles sin precedentes de la desigualdad como un elemento
central para el estado turbulento de la economía en el mundo.
Al igual que todos
los demás economistas, Roubini no tiene solución real a la crisis actual, a
excepción de más inyecciones monetarias de los bancos centrales para evitar
otra crisis. Sin embargo, admitió con franqueza que la política monetaria por
sí sola no será suficiente, y que las empresas y los gobiernos no están
ayudando.
Europa y los Estados
Unidos están llevando a cabo programas de austeridad para tratar de arreglar su
endeudada economía, cuando deberían estar introduciendo un mayor estímulo
monetario, dijo. Sus conclusiones no podrían ser más pesimistas: “Carlos Marx
tenía razón, en algún momento el capitalismo podría destruirse a sí mismo”,
dijo Roubini. “Pensábamos que los mercados funcionaban. No están funcionando”.
Al recortar los
salarios, han recortado el mercado, reducido la demanda final y causado una
sobreproducción (exceso de capacidad) a escala mundial: “No se pueden seguir
desplazando los ingresos de los trabajadores a los capitalistas, sin provocar
un exceso de capacidad y una falta de demanda total. Y eso es lo que está
pasando”, indicó el economista.
Roubini predijo que
hay más de un 50% de posibilidades de que todo el mundo se sumerja en otra
recesión global y los próximos dos o tres meses revelarán la dirección de la
economía: “Estamos a velocidad de punto muerto en este momento, y no sabemos si
vamos a ir arriba o abajo “, dijo.
Roubini dice que está
convirtiendo su dinero en metálico, apostando principalmente en bonos del
Tesoro de los Estados Unidos “Ahora no es el momento para los activos de
riesgo”, dijo. El entrevistador del Wall Street Journal, a este punto
totalmente alarmado, preguntó a Roubini si pensaba que la caída del capitalismo
era inminente. Éste respondió: “No estamos ahí todavía”, pero dejó claro que él
pensaba que estábamos de camino hacia una “segunda edición de la Gran
Depresión”.
¿Estaba equivocado Marx acerca de la revolución?
Contrariamente a la
imagen reconfortante que se solía presentar del sistema capitalista ofreciendo
un futuro seguro y próspero para todos, vemos la realidad de un mundo en el que
millones de personas sufren de la pobreza y el hambre, mientras que los súper
ricos se enriquecen cada día más.
Volvamos el artículo
de John Gray:
“Una pequeña minoría
ha acumulado una enorme riqueza pero incluso eso tiene una cualidad
evanescente, casi fantasmal. En la época victoriana los verdaderamente ricos
podían permitirse relajarse, siempre y cuando fueran conservadores en la forma
en que invertían su dinero. Cuando a los héroes de las novelas de Dickens por
fin les llega su herencia, no hacen nada el resto de su vida”. “Hoy no hay un
paraíso de la seguridad. Los giros del mercado son tales que nadie puede saber
qué va a tener valor, incluso unos pocos años por delante”. “Este estado de
agitación perpetua es la revolución permanente del capitalismo y creo que va a
estar con nosotros en cualquier futuro que sea realísticamente imaginable. Sólo
hemos recorrido una parte del camino de una crisis financiera que pondrá muchas
más cosas patas arriba”.
¿Qué conclusión saca
Gray de todo esto? Sólo que el capitalismo está destruyéndose a sí mismo: “El
capitalismo ha conducido a una revolución, pero no a la que Marx esperaba. El
apasionado pensador alemán odiaba la vida burguesa y miraba hacia el comunismo
para destruirlo. Tal y como él predijo, el mundo burgués ha sido destruido”.
Pero luego añade: “No
fue el comunismo quien lo hizo. Es el capitalismo el que ha matado a la
burguesía”. Esta es una conclusión de lo más peculiar. La burguesía no ha sido
“matada” en absoluto, por usar la terminología melodramática de Gray. Está muy
viva. Tiene en sus manos la tierra, los bancos y las grandes corporaciones. Toma
todas las decisiones fundamentales que afectan a la vida y el destino de
millones de personas en el planeta.
Gente como Gray se ve
obligada a admitir lo que no se puede negar. Sí, el sistema capitalista está en
crisis. Todo el mundo sabe esto. Pero, ¿cuál es el antídoto a la crisis? Si el
capitalismo es un sistema anárquico y caótico que desemboca inevitablemente en
situaciones de crisis, entonces hay que concluir que con el fin de eliminar las
crisis, es necesario abolir el sistema capitalista. Si dices “A”, también se
debe decir “B”, “C” y “D”, pero esto es lo que los economistas burgueses se
niegan a hacer.
Lo que Gray y gente
como él no pueden aceptar es que la crisis del capitalismo puede y va a
terminar en la revolución socialista:
“Marx dio la bienvenida
a la autodestrucción del capitalismo. Estaba seguro de que se produciría una
revolución popular que instauraría un sistema comunista que sería más
productivo y mucho más humano. Marx estaba equivocado sobre el comunismo. Donde
fue proféticamente correcto fue en su comprensión de la revolución del
capitalismo. No es sólo la inestabilidad endémica del capitalismo lo que él
entendió, aunque en este sentido era mucho más perspicaz que la mayoría de los
economistas de su época y la nuestra”.
Pero ¡espere un
minuto, señor Gray! ¿De verdad se imagina que una crisis que está arrojando el
mundo al caos, que condena a millones de personas al desempleo, la pobreza y la
desesperación, que le roba a la juventud su futuro y destruye la salud, la
vivienda, la educación y la cultura… que todo esto puede ocurrir sin que se
produzca una crisis social y política? ¿No puede ver que la crisis del
capitalismo está preparando las condiciones para la revolución en todas partes?
Esto ya no es una
propuesta teórica. Es un hecho. Si tomamos sólo los últimos doce meses, ¿qué
vemos? Los movimientos revolucionarios se han producido en un país tras otro:
Túnez, Egipto, Grecia, España… Incluso en los Estados Unidos tenemos el
movimiento “Ocupa Wall Street” y antes que éste tuvimos las protestas masivas
de Wisconsin.
Estos dramáticos
acontecimientos son una clara expresión del hecho de que la crisis del
capitalismo está produciendo una reacción masiva a escala mundial, y de que un
número creciente de personas están empezando a sacar conclusiones
revolucionarias. Esto fue resumido por Michael Moore en el programa de TV BBC
Newsnight, cuando llegó a decir que “hay que acabar con el capitalismo”. “Las
naciones occidentales están ahora maduras para la revolución”.
Esto es reconocido al
menos por algunos de los estrategas del Capital, como Andreas Whittam Smith, un
periodista financiero y fundador de The Independent. El jueves 20 de octubre,
escribió un artículo con el título: Las naciones occidentales están ahora
maduras para la revolución, donde dice:
“Si va a haber un
estallido revolucionario, uno no recibe mucho aviso. Escribiendo de las
revoluciones europeas de 1848, por ejemplo, un historiador [Peter N Staerns]
señaló recientemente: ‘A principios de 1848 nadie creía que la revolución fuera
inminente’. Ahora la razón por la que he vuelto a 1848 se debe a que esta fecha
se repite continuamente en mi cabeza según se extiende la oleada de protesta
contra el capitalismo contemporáneo por todo el mundo”. “Ni París en 1968, ni
tampoco 1917 a 1921 cuando, en el caos que siguió a la Primera Guerra Mundial,
se estableció el dominio de los trabajadores temporalmente en algunas ciudades
alemanas. En lugar de eso, he dirigido mi atención a 1848, cuando gran parte de
Europa continental salió a la calle en lo que se hizo llamar la Primavera de
las Naciones, o la Primavera de los Pueblos o el Año de la Revolución”.
Whittam Smith, quien
admite que estaría “horrorizado ante la perspectiva de la revolución o nada que
se le parezca”, sin embargo, cree que hay “una buena razón por la que debemos
tener miedo”: el intolerable abismo que se ha abierto entre ricos y pobres.
Cita la consigna de “Ocupa Wall Street”: “Lo único que todos tenemos en común
es que somos el 99 por ciento que no tolerará más la codicia y la corrupción
del uno por ciento” y continúa:
“Durante los últimos
25 años, el abismo entre los ingresos de los ricos y los pobres se ha ido
profundizando. La disparidad que comenzó a desarrollarse en los Estados Unidos
y el Reino Unido a finales de la década de 1970 se ha ido extendiendo. Un
estudio de la OCDE publicado en mayo mostró que países como Dinamarca, Alemania
y Suecia, que tradicionalmente han tenido una baja desigualdad, ya no se
escapan”. “El resultado es que en el Occidente industrializado el ingreso
promedio del 10 por cien más rico de la población es de aproximadamente nueve
veces mayor que el del 10 por ciento más pobre. Esa es una diferencia enorme. Y
si la comparación se hace entre, por ejemplo, la paga de los directores de las
grandes empresas en comparación con la de su personal, la diferencia es
asombrosa. En muchos casos, los directores ganan 200 veces más que sus
trabajadores peor remunerados. En algún momento, esta diferencia excesiva va a
causar problemas. ¿Ha llegado ese momento?”. “Para volver de nuevo a 1848, en
otro relato, el profesor Stearns escribió que la mayoría de las revoluciones de
1848 estallaron sin orden ni concierto. ‘Normalmente, solía haber un período
breve y confuso de reivindicaciones y manifestaciones, durante el cual la
incertidumbre del gobierno contribuyó a prolongar la tensión’”.
Hay un claro
paralelismo entre esto y lo que vemos ahora. Que el movimiento de protesta
actual es confuso en sus objetivos es evidente. Pero refleja un estado de ánimo
general de ira que se está acumulando bajo la superficie y que tarde o temprano
tiene que encontrar una salida. Una encuesta de la revista Time mostró algunos
resultados interesantes:
“Estados Unidos: 54%
tiene una opinión favorable del movimiento ‘Ocupa Wall Street’, el 79% cree que
la diferencia entre ricos y pobres ha crecido demasiado, el 71% cree que los
altos directivos de las instituciones financieras deben ser llevados a juicio,
el 68% piensa que los ricos deberían pagar más impuestos, sólo el 27% tiene una
opinión favorable del movimiento Tea Party (33%desfavorable)”.
Por supuesto, es
demasiado pronto para hablar de una revolución en los Estados Unidos Pero está
claro que la crisis del capitalismo está produciendo un creciente ambiente de
crítica entre amplias capas de la población. Hay un fermento y un
cuestionamiento del capitalismo que no existía antes. Se puede decir que estos
movimientos de masas carecen de un programa claro, y eso es ciertamente el
caso.
Pero son sin duda
movimientos anticapitalistas, y tarde o temprano, en un país u otro, la
cuestión del derrocamiento revolucionario del capitalismo se va a plantear.
¿No hay alternativa?
Los economistas
burgueses son tan miopes y estrechos de miras que se aferran al anticuado
sistema capitalista, incluso cuando se ven obligados a admitir que está en un
estado terminalmente enfermizo y condenado al colapso. Imaginar que la especie
humana es incapaz de descubrir una alternativa viable a este sistema podrido,
corrupto y degenerado es francamente una afrenta a la humanidad.
¿Es realmente cierto
que no hay alternativa al capitalismo? No, no es cierto. La alternativa es un
sistema basado en la producción para las necesidades de la mayoría y no para
beneficio de unos pocos; un sistema que reemplaza el caos y la anarquía con la
planificación armoniosa, que sustituye al dominio de una minoría de parásitos
ricos con el dominio de la mayoría que produce toda la riqueza de la sociedad.
El nombre de esta alternativa es socialismo.
Uno puede discutir
acerca de palabras, pero el nombre de este sistema es el socialismo –no la
caricatura burocrática y totalitaria que existía en la Rusia estalinista, sino
una verdadera democracia basada en la propiedad, control y gestión de las
fuerzas productivas por la clase obrera–. ¿Es esta idea realmente tan difícil
de entender? ¿Es realmente utópico sugerir que la raza humana puede apoderarse
de su propio destino y gestionar la sociedad sobre la base de un plan
democrático de producción?
La necesidad de una
economía socialista planificada no es un invento de Marx o de cualquier otro
pensador. Fluye de la necesidad objetiva. La posibilidad del socialismo mundial
se deriva de las condiciones actuales del capitalismo mismo. Todo lo que se
necesita es que la clase obrera, que constituye la mayoría de la sociedad, se
haga cargo del funcionamiento de la sociedad, expropie los bancos y grandes
monopolios y movilice al colosal potencial productivo no utilizado, para
resolver los problemas de la sociedad.
En su Contribución a
la Crítica de la Economía Política, Marx escribió lo siguiente:
“Ninguna formación
social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone
siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se
encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo
menos se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
Las soluciones a los
problemas a los que nos enfrentamos ya existen. Durante los últimos 200 años,
el capitalismo ha creado una fuerza productiva colosal. Pero es incapaz de
utilizar este potencial al máximo. La crisis actual es sólo una manifestación
del hecho de que la industria, la ciencia y la tecnología han crecido hasta el
punto en que no se pueden contener en los estrechos límites de la propiedad
privada y el Estado nacional.
Hace veinte años,
Francis Fukuyama habló del fin de la historia. Pero la historia no ha
terminado. De hecho, la verdadera historia de nuestra especie sólo se iniciará
cuando se ponga fin a la esclavitud de la sociedad de clases y comencemos a establecer
el control sobre nuestras vidas y destinos. Esto es lo que el socialismo
realmente es: el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino
de la libertad.
La crisis actual no
es más que una manifestación de la rebelión de las fuerzas productivas contra
estas limitaciones sofocantes. Una vez que la industria, la agricultura, la
ciencia y la tecnología sean liberadas de las restricciones sofocantes del
capitalismo, las fuerzas productivas serían capaces de satisfacer
inmediatamente todas las necesidades humanas sin ninguna dificultad.
Por primera vez en la
historia, la humanidad estaría libre para desarrollar todo su potencial. Una
reducción general del tiempo de trabajo constituiría la base material para una
auténtica revolución cultural. La cultura, el arte, la música, la literatura y
la ciencia se elevarían a alturas inimaginables.
Fuente: Aporrea.org.
Alan Woods, 05 de diciembre, 2011.
Alan Woods, 05 de diciembre, 2011.

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