Una vez promulgada la Ley Antirracismo, los opositores al Gobierno se sienten indefensos e inseguros de cómo a hora les tocaría propagandizar sus ideas de intolerancia y odio al otro.
Dicha Ley les quitó a la oposición la última arma que tenía, de emitir improperios mediante los medios de difusión, que lo utilizaban como bandera camuflada para desinformar y crear mitos urbanos y a partir de ello buscar anomia social. ¿Qué hará? Lo de siempre: unir a todos los que pueda para “hacer frente a este gobierno dictatorial”. Ya lo sabemos, no es ninguna novedad.
En ese sentido ya no es cosas nueva ver cómo se movilizan los sectores que alguna vez fueron actores directos para propiciar palizas a sus semejantes (tanto por los medios de difusión y personalmente). Y ahora dicen ser defensores de la “libertad de expresión”.
Lo que defienden es la “libertad de linchar” a sus semejantes por cualquier medio… Como ejemplos hay varios. La retina está fresca de esos atropellos a la gente humilde que sólo reclamó y seguirá reclamando ser tomado en cuenta para tener una vida de ser humano.
A ello se une, por supuesto, el que estuvo siempre detrás del trono, la Iglesia Católica con su último pronunciamiento que dice: “adhesión a toda iniciativa que aporte en la eliminación de formas de racismo y discriminación, pero (...) en el caso de la ley de referencia, las principales preocupaciones recaen en los parámetros subjetivos de interpretación y en las medidas de sanción que la propia ley permite y que pueden derivar fácilmente en casos de censura, revanchismo y formas de autoritarismo”.
Ante esta versión escolástica qué puede decirse…
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